“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” Hebreos 7:25

El Señor Jesús es el gran sumo sacerdote del creyente. Un sumo sacerdote que reúne en sí mismo características que ningún otro pudo haber reunido, como veíamos ayer. Este sacerdote es quien presenta la ofrenda definitiva por el pecado de la humanidad y a la vez es esa ofrenda definitiva, perfecta, inocente. Resulta interesante que el escritor bíblico cuando describe las características de este nuevo sumo sacerdote lo hace mencionando características de la víctima, del cordero, es decir, de la ofrenda: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26).

De todas las características de este sumo sacerdote ya hemos destacado la que Dios mismo destaca en su palabra, que permanece para siempre: “Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable” (Hebreos 7:24). Ahora, como resultado de esto tenemos la segunda gran virtud suya: ya que permanece para siempre, puede también salvar para siempre. No hay aquí una fecha de vencimiento o expiración de su oficio ni tampoco de su obra. El Hijo de Dios murió en la cruz del Calvario como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ahora se nos enseña que además de esta gran obra de salvación, que ya por sí sola es grande, la salvación que Dios ofrece tiene un componente inapreciable: esta salvación es también perpetua. El creyente en Cristo cuenta entonces con la seguridad de la salvación, que es eterna pues quien se ofreció por sus pecados mantiene su oficio sacerdotal para siempre. Su seguridad no depende de nosotros, débiles hombres, sino que se fundamenta en la persona y mérito de su autor, Dios mismo.

Amigo lector, ¿ha creído usted en Cristo? ¿En quién está confiando para el momento en que tendrá que presentarse delante de Dios? ¿En quién confía para cada momento de su vida? Este Salvador que le presentamos prometió estar con los suyos todos los días mientras vivan en este mundo (Mateo 28:20), pero también dijo “yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás” proyectando la salvación de Dios hacia la eternidad (Juan 10:28). Como hemos visto, la salvación verdadera, la que Dios ofrece, permanece para siempre. Es un don inmerecido pero Cristo lo ha concedido a todos los que creen en Él (Juan 1:12). Le mostramos a Cristo, su persona y su obra. Mírele con fe y crea en Él, y recibirá una salvación eterna. rc

 

Lectura Diaria:
2 Cronicas 30 [leer]
/Ezequiel 46 [leer]
/Juan 21 [leer]