“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” Hebreos 7:25

Desde el Antiguo Testamento los judíos y también algunos paganos reconocieron al Dios de Israel como aquel Dios creador, el Todopoderoso, que vive y reina para siempre. Tenemos como ejemplo al rey Nabucodonosor, cuando después que se humilla delante de Dios declara: “Alcé mis ojos al cielo… y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades” (Daniel 4:34). También el evangelio de Juan lo declara desde el primer capítulo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios” (Juan 1:1-2). Asimismo el mismo Señor Jesucristo delante de los judíos hace mención de que este atributo le corresponde precisamente a su persona: “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).

En la historia humana hay innumerables ejemplos de individuos que han ejercido una influencia notable y positiva en su medio, la cual perdura en el tiempo mucho más allá de la vida de ellos. Ellos han muerto, pero su obra perdura. En el Apocalipsis precisamente se nos comenta acerca de los justos que mueren en el Señor: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13). Pero el Señor Jesús, el gran sumo sacerdote, es mucho más pues Él es preexistente y el autor a los Hebreos nos enseña que a causa de que Jesús pasó triunfante por la muerte y ha resucitado ha venido a ser “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen, y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hebreos 5:9-10). ¡Qué notable! Ahora en esta nueva dimensión de sumo pontífice, Él además vive para siempre. No es solamente que obra, su oficio sumo sacerdotal y sus bendiciones permanecen para siempre sino que Él mismo vive para siempre. El Salvador del mundo no abandona jamás a los suyos pues está con ellos (Mateo 28:20).

El lector cuidadoso habrá notado el punto esencial en el texto del encabezado. Toda esta bendición y toda esta salvación perpetua es para “los que por él se acercan a Dios”. Está disponible para todos, pero se hace efectiva para los que le reciben. El evangelio de Juan lo reafirma cuando dice que los hijos de Dios son “todos los que le recibieron, los que creen en su nombre” (Juan 1:12). Cabe aquí la pregunta: ¿Tiene el lector de su lado al gran sumo sacerdote, al que venció la muerte y vive para siempre?, Él ofrece su auxilio, su salvación a todos los que le reciben creyendo en su nombre, a los que se acercan a Dios por medio de Él y sólo de Él. rc

 

Lectura Diaria:
2 Cronicas 29 [leer]
/Ezequiel 45 [leer]
/Juan 20:19-31 [leer]