Los doce hijos de Israel, también conocido como Jacob, son personas interesantes. Diez de ellos cometieron un pecado serio cuando vendieron a su hermano José como esclavo y luego mintieron a su padre sobre su supuesta muerte. Entre los diez hermanos Judá se destaca en reiteradas oportunidades por su disposición de interceder en vista de una necesidad. Su ejemplo nos hace pensar en Jesucristo.

 

Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” Juan 15:13

 

Los hijos de Israel (Jacob) eran doce de cuatro madres diferentes. Los dos favoritos de Jacob fueron José y Benjamín, pues nacieron de su esposa predilecta, Raquel. De su otra esposa, Lea, nacieron seis hijos y una hija. Cuando Lea dio a luz a su cuarto hijo, le puso el nombre “Judá” que significa “alabanza”. “Esta vez alabaré a Jehová; por esto llamó su nombre Judá” (Génesis 29:35). Judá ocupa un lugar importante en la historia de la familia, especialmente en lo relacionado a José, el penúltimo hermano.

 

Cuando los hermanos de José querían terminar con su vida, Judá intervino diciendo: “¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y encubramos su muerte? Venid, y vendámosle a los ismaelitas, y no sea nuestra mano sobre él; porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne” (Génesis 37:26-27). Cientos de años más tarde, cuando prepararon una lista nutrida de los descendientes de los hijos de Israel, hay una nota significativa acerca de Judá. Dice que “llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José” (1 Crónicas 5:2).  Judá intervino con su padre antes del segundo viaje a Egipto. En el primer viaje, el “varón egipcio” exigió que al volver, tenían que traer a su hermano menor, sin saber que el “varón” era José, el hermano de los diez y hermano sanguíneo de Benjamín. Jacob no quiso que fuera pero Judá le dijo “Si enviares a nuestro hermano con nosotros, descenderemos y te compraremos alimento. Pero si no le enviares, no descenderemos; porque aquel varón nos dijo: No veréis mi rostro si no traéis a vuestro hermano con vosotros” (Génesis 43: 4-5). Judá consiguió el permiso del padre cuando dijo:”Envía al joven conmigo… Yo te respondo por él; a mí me pedirás cuenta” (vv.8-9).

 

El segundo viaje tuvo un desenlace sorprendente cuando recién comenzaron los hermanos su viaje de regreso. Fueron alcanzados por el mayordomo de José y acusados de haber robado la copa de plata perteneciente a José. Aunque eran totalmente inocentes de tal robo, hallaron la copa en el saco de Benjamín y fueron llevados de vuelta a la casa de José. Una vez más es Judá que interviene y esta vez ante José que podría ordenar la muerte del culpable. “Entonces Judá se acercó a él y dijo: Ay, señor mío, te ruego que permitas que hable tu siervo una palabra en oídos de mi señor, y no se encienda tu enojo contra tu siervo, pues tú eres como Faraón” (Génesis 44:18). El discurso de Judá es conmovedor. Terminó mostrando su gran amor por el padre, y por su hermano menor afectado. Luego se ofreció voluntariamente a ser el castigado en vez de su hermano: “Te ruego, por tanto, que quede ahora tu siervo en lugar del joven por siervo de mi señor, y que el joven vaya con sus hermanos” (Génesis 44:33). Judá nos hace pensar en otro que cual Mediador intervino ofreciéndose a sí mismo por los que estaban condenados por su pecado. Del Señor Jesús leemos que, “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Admiramos las cualidades de Judá y lo que estuvo dispuesto hacer por su hermano. Amamos al Señor Jesús por lo que él hizo por nosotros cuando tomó nuestro lugar en la cruz. –daj

 

Lectura Diaria:
Josué 11-12 [leer]
/Isaías 8:5-9:7 [leer]
/Lucas 24:13-35 [leer]