María y José estaban en Belén para empadronarse porque un dictador lo ordenó. ¿Qué tiene que ver éso con nosotros? Tiene todo que ver. Sigamos apreciando la buena voluntad de Dios.

“… Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” Lucas 2:10

Si El dictamen del déspota allanó el camino para que la profecía de siglos antes se cumpliera. La profecía tenía que ver con la llegada del Salvador. Sin que César supiera, Dios obraba a través de él para cumplir su Palabra. Dios es soberano, usando a quienquiera para llevar a cabo su voluntad. Implícita en el anuncio hecho a los pastores es la insinuación que ellos vayan a ver al recién nacido, pues el ángel dice: “Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12). Habían de ir para confirmar la noticia recibida. ¡Qué tremendo privilegio! Conocer de cerca al Salvador. Ver con sus propios ojos al Cristo prometido. Evento sencillo, pero con ramificaciones monumentales que no solamente afectaría a unos cuantos pastores en el campo, sino afectaría a millones más. No es solamente algo que pasó a una pareja sencilla viviendo en Nazaret, y de paso en Belén, sino un nacimiento que ha de afectar al mundo entero.

El niño Jesús llegó sin soberbia ni arrogancia. Toda apariencia de grandeza por la cual se afanan los hombres se derrumba frente a la inmensa sencillez divina. La llegada de Jesús trajo gloria a Dios en las alturas. La posibilidad de paz llegaba a la tierra en su Príncipe. Cristo es el Príncipe de Paz. Él es la evidencia fehaciente de la buena voluntad de Dios para con los hombres. La Biblia no habla de paz para con los hombres de buena voluntad, pues tales hombres por naturaleza no existen. El énfasis es la buena voluntad de Dios para con los hombres.

Dios nos invita a participar en esta paz y alegría a través de la fe en Cristo Jesús. Pero no se requiere la fe en Jesús el niño nacido en Belén, sino la fe en Jesús el Salvador muerto, sepultado y resucitado. Es en verdad el Cristo ya glorificado en el cielo. Dios no nos invita a creer en un niño sino en un hombre que pagó el precio de nuestro rescate. Lo que hizo posible este regalo de la salvación fue precisamente el cuidado que Dios ejerció en escoger a una doncella virgen y poner en su vientre el Santo Ser. Protegido de ser contaminado por el pecado, Jesús nació perfecto, perfección mantenida a través de su vida y cuando se ofreció en la cruz para ser nuestro Salvador, fue sin pecado. No hubo mancha ni arruga en su carácter impecable. Al pensar en Belén en cualquier época del año, pensemos que este fue el comienzo de una vida corta, de sólo 33 años aproximadamente.

Cuando resucitó y ascendió al cielo, Jesucristo volvió al lugar desde donde había venido. Vino a Belén y ahora hoy en día es glorificado y quiere regalar su paz, la única que perdura y que sacia completamente. En esos hogares resquebrajados y heridos por discusiones, desavenencias, y peleas, quiere el Señor entrar para difundir su paz, pues Jesús que nació Rey de los Judíos, es también Príncipe de Paz. ¿Es su Salvador? ¿Disfruta de su paz? La Biblia dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). –daj

Lectura Diaria:
Esdras 9:1-15 [leer]
/Daniel 10:1-21 [leer]
/Apocalipsis 5:1-14 [leer]