Entre los llamados cristianos del día de hoy existe una divergencia fundamental de opinión en cuanto a lo que concierne con nada menos que la base de la salvación del hombre, en la cruz misma y su significado.

¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” Lucas 24:26

Esta es una edad tolerante, y la tolerancia no siempre es buena. Lo es indudablemente en el matrimonio, pues implica dejar de lado el yo por el tú. Es el amor sacrificial o, como también se le ha denominado, el amor extravagante del esposo por la esposa y viceversa. Sin embargo, la tolerancia hace mal al cristiano ya que en los asuntos concernientes a la fe debemos ser más bien intolerantes donde Dios es intolerante y tolerantes donde Dios es tolerante. Nada más, nada menos. Así, muchos hallan, de hecho, difícil considerar la doctrina evangélica de la expiación sin expresar hasta una cierta repulsión y disgusto. Otros, sin embargo hallan en la expiación el fundamento de la paz y gozo del corazón, y la fuente de la victoria en la vida. La línea divisoria entre estos puntos de vista no es social, cultural ni económica, sino que se sustenta en el concepto que tenemos acerca de Dios, acerca del pecado, acerca de la condenación, acerca de la salvación. A muchos ofende el texto “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22) y le ven como citado en una reminiscencia del Antiguo Testamento (!).

¿Por qué no puede haber perdón sin derramamiento de sangre? ¿Por qué tanta sangre? ¿Qué clase de Dios es este que tiene que ser propiciado por un sacrificio cruento, es decir, con exposición y derramamiento de la sangre de la víctima? Y así suman y siguen las preguntas que tratan de acomodar al razonamiento sentimental humano las verdades de la redención y de la condenación. Bajo ese predicamento, entonces, Isaías 53 de ninguna manera puede aplicarse al Hijo de Dios, y entonces se diluye la obra de Cristo en la cruz, la profecía concerniente al Mesías sufriente y los fundamentos de la fe cristiana. Debemos considerar siempre la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo acerca de Dios. Podemos considerar para comenzar el sermón de la montaña: Jesús dice que su Padre en los cielos “es perfecto…” (Mateo 5:48). También es bueno y “hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45), que da más que “buenas dádivas” (Mateo 7:11).

Dios es amor, pero también Jesús enseña que existe un camino que lleva a la vida y otro que conduce a la destrucción (Mateo 7:13). También enseña que en una instancia futura, negará conocer a quienes incluso hicieron cosas en su nombre (Mateo 7:21-23) y finalmente habla de que hay algunos que sufrirán “llanto y el crujir de dientes” (Mateo 7:11-12). Vemos entonces que Jesús nos enseña que en Dios hay amor y juicio. Tanto él como su Padre (“Yo y el Padre uno somos”) son una combinación perfecta de amor y juicio, ambos en su precisa magnitud. El Dios que cuida a las palomas es capaz de destruir el cuerpo y el alma en el infierno y debemos temerle por eso (Mateo 10:28). El Dios que acoge en Mateo 11:28 es el mismo que recién ha hablado que un par de ciudades han de ser abatidas hasta infierno (“hasta el Hades”) (Mateo 11:23). El Dios que amó de tal manera al mundo que ha dado a su hijo unigénito (Juan 3:16) es el mismo que tomará los pámpanos que no han dado fruto y los hará arder en el fuego (Juan 15:6). Tenemos parábolas y palabras de perdón y gracia, y parábolas y palabras de juicio y condenación. Es que, amigo mío, el perdón de Dios, si él lo va a dar, no es ni será nunca un perdón barato. El Hijo representa a su Padre como el Dios de amor, que ama al pecador, que le busca activamente y le salva, y que se regocija en ello. Pero hay otra línea de enseñanza acerca de Jesucristo y de Dios el Padre que debe ser traída al frente para completar el cuadro, y que está presente en los cuatro evangelios: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros” (Mateo 8:34). Es el Dios que castiga, que condena, que “de ningún modo tendrá por inocente al culpable” (Números 14:18). Es necesario, por tanto, hacerse cargo del pecado y la condenación del hombre de una manera apropiada, y sólo el Hijo de Dios podrá hacerlo. De hecho, sólo él lo hizo. –rc

(Continúa)

 

Lectura Diaria:
1 Samuel 15:1-35 [leer]
/Isaías 54:1-17 [leer]
/Romanos 1:18-32 [leer]