El pecador está en una dualidad frente a Dios: es objeto de su ira a causa de su pecado, y el mismo tiempo de su amor porque Dios es amor y anhela salvarle.

 

“Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” Romanos 5:10

El cambio que ocurre en la reconciliación no es que Dios el Padre comience a amarnos, sino que somos ahora aceptables a él pues el pecado al cual él está eternamente en oposición es quitado en Cristo. En palabras de la Biblia, dejamos de ser “hijos de ira” (Efesios 2:3) y venimos a ser “hijos de Dios” (Juan 1:12). El pecador que ha sido al mismo tiempo objeto de ira y objeto de amor ahora disfruta de la bendición de no estar ya bajo la ira.

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:8-11).

La reconciliación implica el fin de un estado de enemistad con Dios. El pecador que vive su vida “normal” no está en una condición neutra. Es enemigo de Dios y además un extraño para él (Colosenses 1:21). Notemos las dualidades: “siendo aún pecadores” con “siendo enemigos”, y “estando ya justificados” con “estando reconciliados”. Todo pecador es un enemigo de Dios, equivale a serlo. También ser justificado incluye ser reconciliado con Dios y por eso somos “salvos de la ira” (v. 9)

Ahora bien, en la reconciliación hay una lado divino y uno humano. Del lado divino implica para Dios el recibirnos haciéndonos presentables hacia él en santidad y en condición irreprensible: “ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:21-22). Dios nos hace aceptables hacia él.

Del lado humano la respuesta al llamado “reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20) implica arrepentimiento, abandonar nuestra enemistad contra él, y buscar su perdón  a través de la sangre de Cristo. El escenario es propicio para esto pues podemos ser hechos santos, aceptables e irreprensibles porque Cristo en la cruz ha sido muerto. Porque él ha muerto, nosotros somos reconciliados con Dios (Romanos 5:11). Por eso el llamado completo dice: “os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20). Cristo –en su muerte– es quien permite que la reconciliación sea posible. –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
1 Samuel 28:1-29:11 [leer]
/Isaías 66:1-24 [leer]
/Romanos 8:18-39 [leer]