Desde las palabras de Juan el Bautista indicando a Jesús como el “Cordero de Dios” (Juan 1:29), se nos muestra en el principio del Nuevo Testamento que la muerte de Jesús será sacrificial, cruenta y con derramamiento de sangre.

El sacrificio de Cristo está implícito en la figura del Cordero y no hay otro significado posible. Se nos habla de “un cordero como inmolado” (Apocalipsis 5:6). Poco más adelante en el evangelio de Juan, Jesús le dice a Nicodemo que el Hijo ha sido dado y quien cree en él no ha de perecer (Juan 3:16). ¿En qué sentido la muerte del Señor Jesucristo salva al creyente de perecer? Ya lo ha dicho antes en el primer capítulo: Jesús como el Cordero de Dios carga (lleva y quita) el pecado del mundo y salva al creyente de perecer puesto que él lo ha tomado sobre sí mismo y ha muerto derramando su sangre. Repentinamente nos encontramos frente a todo el valor y el poder de la sangre derramada de Jesucristo: La salvación es por la sangre derramada del Cordero (Juan 1:29, 3:16), el lavamiento del pecado es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 1:5), el “emblanquecimiento” es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 7:14), la redención es por la sangre derramada del Cordero (Apocalipsis 5:9), la justificación y la propiciación es por la sangre derramada del Cordero (Romanos 3:24-25), el perdón de pecados es por la sangre derramada del Cordero (Efesios 1:7), la restauración y limpieza del creyente que camina en luz es por la sangre derramada del Cordero (1 Juan 1:7):

 

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre

“Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios”

“Han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”

La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”

 

El escritor a los Hebreos nos enseña que el propósito explícito de la encarnación del Cristo fue “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte… y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre… Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:14-17) y esto “no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre”, así “entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:12). El autor deja claro que en la ley no hay remisión de pecados sin derramamiento de sangre, y que este principio es perfectamente cumplido por el sacrificio de Cristo quien vino para “quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:22, 26). Ahora también la conciencia del pecador es limpiada de la culpa solamente por la sangre de Cristo (Hebreos 9:14, 10:2) y sólo por la sangre de Cristo le es posible al pecador acercarse confiadamente a su presencia santísima (Hebreos 10:19).

Vemos entonces someramente que al derramar su sangre en la cruz del Calvario el Señor Jesús ha hecho más de lo que hubiéramos podido imaginar que como pecadores necesitábamos para reconciliarnos con Dios y ser salvos. Toda bendición para el creyente fluye desde la cruz de Cristo, teniendo como base su sangre derramada. Esto es sólo considerando el aspecto de la salvación de la perdición pues nada hemos dicho aún del poder de la cruz con respecto al tiempo presente, al poder de la cruz en la vida diaria del cristiano, lo cual comenzaremos a considerar en su voluntad. –rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
1 Samuel 30:1-31:13 [leer]
/Miqueas 1:1-2:13 [leer]
/Romanos 9:1-29 [leer]