Hemos mencionado algo acerca de la injusticia que el Señor Jesucristo sufre al padecer en la cruz del calvario, partiendo por su muerte vicaria. Continuemos considerando acerca de esto:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” Mateo 11:28

El apóstol Pedro ha escrito que, para los cristianos, es nuestro llamado el sufrir injustamente (1 Pedro 2:21). A continuación nos señala una lista de injusticias y la reacción del Cordero de Dios a ellas: “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (vv 23).

Algo de esto hay también cuando el escritor a los Hebreos no muestra que nos hemos acercado a Jesús (aquellos que han atendido el llamado “Venid a mí”), y a la sangre rociada de uno que sufrió injustamente, como Abel. Pero esta sangre habla mejor que aquella. La de Abel fue la sangre derramada de un justo que confió en un sustituto para ser acepto delante de un Dios santo: “alcanzó testimonio de que era justo” (Hebreos 11:4). Abel no era intrínsecamente justo, pero fue declarado justo por la fe. Su sangre habla un mensaje muy potente, el de la justificación por la fe, y fue sangre derramada injustamente. Sin embargo, la sangre del Señor Jesucristo habla mucho mejor que la de Abel, pues es la de uno, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24).

En concreto, el sufrimiento injusto, la vergüenza, la incomprensión, la vejación y todo lo que pudiésemos padecer en esta vida lo sufrió también nuestro Señor Jesucristo en la cruz… y venció. Venció al no pecar, venció al no engañar con su boca, venció al no amenazar, venció al encomendar su causa al juez justo, teniendo motivos para, naturalmente, reaccionar de mala manera y de acumular resentimiento y desesperanza. Lejos de ello, venció para que nosotros, al estar unidos a Cristo en su vida y en su muerte (1 Corintios 6:17; Gálatas 2:20) tomemos o reclamemos su victoria sobre todos nuestros padecimientos, y sobre todo cuanto pudiéramos englobar en la palabra “injusticia”.

Porque él sufrió injusticias y venció, así también nosotros al sufrir injusticias y situaciones difíciles cada día podemos, mirándole a él, vencer. En realidad, ya hemos vencido pues estamos en la cruz crucificados con él. Además del poder salvador de la cruz, que este poder continuo, ilimitado y disponible para cada momento, para cada creyente, ejerza su eficacia sanadora en nuestras vidas. Concluye el párrafo: “por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). Ese es el poder de la cruz para cada día. – rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
1 Reyes 11 [leer]
/Jeremías 19-20 [leer]
/Filipenses 4:2-23 [leer]