Después de considerar lo que la Biblia nos enseña acerca de la gloria de Dios, y la gloria que Cristo dio a su Padre en su vida y en su muerte, debemos considerar también la responsabilidad del cristiano para con la gloria de Dios en este tiempo.

“Glorificad, pues, a Dios” 1 Corintios 6:20

Como creyentes debemos buscar la gloria de Dios activamente. Cuando las cosas que hacemos y decimos responden a lo que es Él, a su santidad, pureza y carácter, entonces estamos glorificando a Dios. Desde esta perspectiva entonces, el creyente debe cumplir con todas sus obligaciones a la perfección, pues así es como su Dios es, así hace las cosas de la manera en que Dios estaría satisfecho. Al hacerlo de la mejor manera, está mostrando cómo es y cómo actúa su Dios, y en esta forma de vida Dios es glorificado. Seres pecadores, antes arruinados mas salvos por gracia podemos glorificar al que es glorioso: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20).

El cristiano debe ser entonces el mejor padre, esposo, hijo y empleado. Debe decir la verdad (Juan 9:24). Al hacerlo así obra dignificando el carácter de Dios y le glorifica. Así es como un padre debe ser, un esposo debe ser, un hijo debe ser. Todo lo que sea distinto de lo mejor es menos que el estándar de Dios, es menos de lo que Él es. Los creyentes tenemos el único privilegio de añadir gloria a Dios, de traerle más gloria de la que el posee, al obrar de acuerdo con su ser. Obrando de esta manera somos imitadores de nuestro Salvador. Podemos en consecuencia sistematizar nuestra responsabilidad en varias áreas:

Debemos apreciar la gloria de Dios en general por medio de la lectura y meditación de la Palabra. Por medio de la contemplación de Cristo, de su gloria personal, su gloria revelada.

Debemos buscar la gloria de Dios o darle la gloria a Dios. Conceptualmente esto se refiere a procurar activamente restaurar la completa y perfecta satisfacción de Dios. Es responder a su naturaleza (magnífica) y también es responder a nuestra naturaleza (arruinada), es decir, refiriendo a él todo lo que tiene mérito y todos nuestros logros como un pálido reflejo de su belleza y perfección. Es dar a conocer la riqueza, excelencia y preeminencia de Dios. En la práctica, es “llevar mucho fruto” (Juan 15:8) y procurar la satisfacción de Dios. Es obrar en concordancia y acuerdo con lo que Dios es, es hacer el trabajo de la mejor manera. Es hacer las cosas como deben ser.

Debemos glorificar a Dios en su iglesia. Esto implica ocuparse de la casa de Dios, del lugar físico de reunión: “Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová” (Hageo 1:8). Implica adorar a Dios como se le debe adorar, no con fuego extraño, no con motivos espurios: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Levítico 10:3). Es soportar la disciplina, íntimamente relacionada con su santidad y con su gloria como dice el pasaje recién citado: “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10).

Esplendor singular de Dios, presencia de Dios, resultado del actuar de acuerdo con su persona y voluntad. Diferentes facetas de la palabra gloria que vemos en la Escritura. ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Añadiremos gloria al nombre de nuestro Dios? –rc

 

Lectura Diaria:
Números 16:1-40 [leer]
/Proverbios 13 [leer]
/1 Pedro 5 [leer]