Después que Israel se aleja del Dios vivo y verdadero, la Shekiná nunca retornó. Tampoco retornó al segundo templo, el de Herodes, al menos no en la manera en que había habitado antaño.

¿Hasta cuándo la gloria –la presencia misma de Dios– se mantuvo ausente del templo? La respuesta la tenemos en el evangelio de Lucas, cuando un hombre anciano, por revelación va al templo, al segundo templo. Simeón reconoce en el pequeño bebé al Dios omnipotente, a El-Shaddai, a la Shekiná: “Han visto mis ojos tu salvación, La cual preparaste en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación de los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:30–32). Ahí está, la gloria otra vez en el templo, pero es desconocido para el mundo. Juan nos confirma el hecho de que la gloria habita nuevamente entre el pueblo de Israel cuando nos escribe que “Aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros. Y vimos su gloria” (Juan 1:14). Pero también nos muestra en qué condiciones viene, casi en anonimato: “Y yo no le conocía” (Juan 1:31).

Ya en el Antiguo Testamento Isaías había visto anticipadamente a aquel Mesías: “Aquel día el Renuevo de Jehová será espléndido y glorioso” (Isaías 4:2-6). Juan el Bautista se hace eco del mensaje del profeta cuando viene predicando y llamando a preparar el camino para la venida de la gloria del Señor: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado” (Isaías 40:2-5).

Entonces, tenemos que la manifestación presencial de la gloria se hace finalmente realidad en la persona de Jesucristo. En efecto, Jesús viene al segundo templo como “el resplandor de su gloria…” (Hebreos 1:3). Ahora bien, Israel rechaza al Mesías y de ahí tenemos como consecuencia y como privilegio que es en la congregación de los santos, salvados por gracia y creyentes en Cristo, que Dios está otra vez en medio de su pueblo (Mateo 18:20). El apóstol Pablo más adelante nos enseñará que ver la luz de la faz del Señor Jesús es conocer la gloria de Dios (2 Corintios 4:4–6).

La manifestación del Dios todopoderoso, de la gloria, se hace realidad en la persona de Jesús en medio de su pueblo. Reconozcamos su presencia en nuestra reunión. –rc

 

“Congregados en tu Nombre, Invisible, estás aquí.

Eres Dios, y también Hombre, Oh, Señor, ¡no hay otro así!

A tu Padre le diremos de la glorias de tu Ser, Aunque poco comprendemos,

De lo que Él sí puede ver”         –David Alves

(Continúa)

–rc

(Continúa)

 

Lectura Diaria:
Números 9:1-10:10 [leer]
/Proverbios 6:20-7:27 [leer]
/Marcos 16:1-20 [leer]