La gloria humana es pasajera. Lea acerca de un rey que tuvo que aprender esta verdad de una manera poco habitual.

“Porque todo lo que hay en el mundo, que es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo. Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” 1ª Juan 2:16-17
La antigua ciudad de Éfeso, era una de las más famosas a comienzos del primer siglo en todo el mundo. Su templo de Diana era una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Cuando el apóstol Pablo visitó Éfeso, la ciudad se enorgullecía. Pero estas glorias, hace mucho que se han desvanecido y sólo significan algo para los arqueólogos. El templo de la diosa Diana de los efesios muestra hoy en día las secuelas de este dramático final que acompaña a todos aquellos que en otro tiempo fueron gloriosos. Todo lo que queda hoy del templo son fragmentos pequeños de una de sus columnas.

Con respecto a este templo un antiguo escritor dijo: “He visto los jardines colgantes de Babilonia, el coloso de Rodas, las inmensas pirámides, pero al ver el templo de Diana en Éfeso, todas las otras maravillas perdieron su esplendor”. ¿Qué diría este escritor si viviera hoy y pudiera contemplar el templo de Éfeso? El apóstol Juan, en su primera carta 2:17 exclamó: “La gloria del mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

Hoy somos impactados con los grandes imperios, los grandes avances tecnológicos, la conquista del espacio, la fusión de mega empresas que unifican capitales con cifras siderales, etc. Pero ¿algo de esto será eterno? ¿o seguirán el mismo dramático final de aquellos que, en otros tiernpos se jactaban ante la tierra y el cielo de ser prácticarnente indestructibles? El emperador babilónico, Nabucodonosor, tuvo que aprender esta gran lección según nos narra el profeta Daniel en su libro capítulo 4:28-37. Al cabo de su dura disciplina por parte de Dios, este rey tuvo que confesar: “Todos los habitantes de la tierra son como nada, y Él hace según su voluntad en el ejército de los cielos, y en los habitantes de la tierra, y no hay nadie que detenga su mano y le pregunte: ¿Qué haces? Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y s us caminos justos, y Él puede humillar a los que andan con soberbia”.

Más aprendió Nabucodonosor entre las hierbas del campo que entre el oro de los palacios. No te equivoques, lo único eterno es lo que cuenta en los registros del cielo.

–Pablo Martini

 

Lectura Diaria:
1 Samuel 2 [leer]
/Isaías 44:24-45:25 [leer]
/2 Corintios 5:11-6:10 [leer]