“Edificaré mi iglesia” Mateo 16:18

Mateo 16 es un punto de inflexión en el ministerio del Señor Jesús. Las cosas a partir de este capítulo son diferentes. El Señor preguntó a sus discípulos, “¿Quién decís que soy yo?” En este punto, Pedro hizo la gran confesión, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15). Sobre esta confesión, que llamaríamos el fundamento, Jesús revela, “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18).

A manera de ilustración, podríamos decir que hasta entonces Jesús había hablado o interpretado con “la partitura de Israel”. Desde este momento comienza a interpretar otra música, otra “melodía”, la de la iglesia, “misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Efesios 3:5). No leemos de ninguna reacción de los discípulos a esta palabra de Jesús, pues con toda seguridad escapó a su comprensión. Lo cierto es que la promesa hecha por el Señor se ejecutó cuando la iglesia entró en existencia el día de Pentecostés.

El libro de Hechos describe los aspectos históricos de tal suceso, mientras que el apóstol Pablo dio su significado espiritual y doctrinal cuando escribió, “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13).

La iglesia que se inició en ese momento histórico tiene ciertas características que la hacen distinta y única. Es espiritual, intangible, invisible, se compone de todos los creyentes verdaderos sin importar diferencias nacionales ni culturales, o afiliación religiosa. Al momento de la conversión a Cristo, cada creyente inmediatamente recibe el don del Espíritu Santo –cuyo descenso ocurrió una sola vez en Hechos 2– siendo incorporado a la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Esta es la iglesia universal de Dios. ¿Pertenece el lector a esa compañía? No le preguntamos si está en algún registro oficial de algún grupo sino en “el libro de la vida del cordero” (Apocalipsis 21:27). No hay mayor bendición que pertenecer al pueblo de Dios, comprados por la propia sangre de Cristo, salvados por creer en él. Con la ayuda del Señor, en los próximos días veremos algunos aspectos respecto de la iglesia de Dios, según nos enseña la Escritura. rc

(Continúa)

Lectura Diaria:
1 Reyes 11 [leer]
/Jeremías 19-20 [leer]
/Filipenses 4:2-23 [leer]