Ya se aproxima el fin de año, y con este la celebración de la llamada “Navidad”. Podemos aprender muchas cosas para nuestro provecho espiritual en este tiempo.

 

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” Juan 1:14

Era fin de año. Un predicador comentaba desde el púlpito que ese año había recibido menos tarjetas de Navidad que en otras ocasiones. Además reparaba en el hecho de que las tarjetas recibidas podían considerarse como pertenecientes a dos tipos: unas con “motivos navideños”, llámese pesebre, animales, magos, estrella, camellos, figuras de María y José, y por supuesto, el “niño Jesús”.  Otro tipo de ellas mostraban imágenes totalmente diferentes a lo anterior, entre las cuales destacaban fotos familiares, pinturas famosas, paisajes y dibujos abstractos. La pregunta que este siervo de Dios hacía al auditorio, y que podemos y debemos hacernos hoy entre nosotros mismos es: ¿puede haber Navidad sin pesebre, sin establo, sin magos, pastores, estrella, niño? ¿Puede hacerse recordación de la venida del Hijo de Dios sin los elementos a los cuales estamos más acostumbrados visualmente?

Bueno, de hecho sí es posible y no son necesarias para el hecho fundamental. De hecho, los eventos que rodearon la venida del Señor no son eventos aislados. Desde la perspectiva divina, lo que ocurrió en Belén es parte de una historia mucho más grande, que se esboza claramente desde miles de años antes, en el Antiguo Testamento. Se nos anuncia su venida, y se nos anuncia también el motivo de su venida. Se nos dice que vendrá el Dios Eterno, Jehová el Señor, y se nos exhorta a prepararse para su llegada. Hay que estar preparados, el que viene es el Rey:

“No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; Y a Él se congregarán los pueblos” Génesis 49:10

“Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y se levantará cetro de Israel” Números 24:17

Más adelante se nos entregan otros detalles. Nacerá un niño, y nacerá de una madre virgen. Pero aun en esa condición tan vulnerable se nos recuerda quién es ese niño que ha de nacer, es Dios mismo, Dios sabio y poderoso, Dios eterno, que quiere estar con nosotros:

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”  Isaías 7:14

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” Isaías 9:6

“Preparad camino a Jehová” Isaías 40:3

“Pero tú, Belén Efrata… de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” Miqueas 5:2

No nos confundamos respecto de Cristo y su venida. Su nacimiento es un evento importante, glorioso, digno de ser reconocido como tal y recordado apropiadamente. Dios mismo hizo un despliegue sobrenatural único cuando esto ocurrió, cumpliendo muchas profecías, enviando multitud de ángeles que prorrumpieron en alabanza y diciendo que era motivo de “gran gozo… para todo el pueblo”. No solo eso, lo anunció en tierras extranjeras por medio de una estrella que guió a unos sabios. Por lo mismo, no le hace justicia el querer ignorarlo como si no existiera, como si fuera un acontecimiento de origen humano. No obstante, si aislamos su nacimiento de la historia de la redención, iniciada en el Edén cuando Dios anuncia que la serpiente será destruida (Génesis 3:15) y enseñada a lo largo de la Escritura en figuras preciosas de la salvación que Dios provee (recordemos el arca, el cordero pascual, la serpiente de bronce, los sacrificios) perderemos su objetivo y significado. La postal del nacimiento en un establo es hermosa desde el punto de vista visual, incluso familiar, pero la perspectiva divina –que es la que últimamente tiene valor– nos la entrega Dios mismo en el evangelio de Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Ahí está, claro y sin lugar a dudas. No hay alusión a la estrella, los magos, los pastores. Ese es el relato de la Navidad según Dios. El Dios eterno ha tomado forma humana para habitar entre nosotros, haciéndose cercano hasta el extremo, para darnos salvación y vida eterna. El motivo de su venida nos lo da el mismo Jesús en Lucas 19:10:  “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. No podemos ignorar la venida del Hijo de Dios. Sin embargo, debemos recordarla en los términos en los que Dios la pondera, y para eso, si bien puede ser muy hermoso y en sí nada malo tiene, no necesitamos un pesebre. Necesitamos recibir a Cristo en sus propios términos, pues el que viene es el Rey. –rc

 

Lectura Diaria:
1 Cronicas 15 [leer]
/Ezequiel 16:1-34 [leer]
/Juan 5:34-47 [leer]