El verdadero valor de una persona se ve cuando está de rodillas, sóla, delante de Dios, y no cuando está parada frente al prójimo.

 

“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” Lucas 18:1

Estar en la presencia de Dios nos desnuda de toda pretensión humana. No hay nada encubierto ante los santos ojos de Él. Cualquier vestigio de hipocresía desaparece en la presencia del Dios verdadero. El tamaño moral del cristiano no se ve cuando se para frente a otros, sino cuando se arrodilla delante de su Señor. No se toma la medida del cristiano según lo que estimen los hombres, sino según lo que Dios ve. Y el corazón sincero acepta la evaluación de El.

Orar es el privilegio de cada hijo e hija de Dios. La puerta a la presencia del Padre está siempre abierta. La invitación es “Pase con toda confianza.” Pero esta misma franquicia produce un autoexamen, ya que una condición para orar es que levantemos manos santas, “sin ira ni contienda” (1 Timoteo 2:8). Levantar manos santas es venir delante de Dios sin haber estado ocupado en actividades maliciosas. Y si las manos están sucias, la confesión del pecado tiene que ser previa a toda otra petición. La Biblia indica el remedio: “La sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). En la muerte del Señor Jesucristo, hay limpieza para el pecado. Y luego con la libertad que nos concede al perdón, podemos orar con confianza. Además del deseo de ver nuestras oraciones contestadas, está el efecto práctico de ponernos de rodillas delante de Dios. El ejercicio de la oración nos hace estar consciente de nuestra verdadera condición delante de Él. Quizás el efecto más importante de la oración es el cambio que produce en la persona que ora, y no en las cosas por las cuales está orando.

Orar a Dios produce cambios en los hijos de Él. Buscar el rostro del Padre en oración produce santidad en sus hijos. Y en el tiempo presente con la actividad incesante que un mundo afiebrado impone sobre nosotros, debemos retirarnos a orar. Aprendamos del ejemplo del Señor Jesús. Cuando “su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oirle, … El se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:15,16). Al seguir el ejemplo de nuestro Señor, la calidad de nuestra vida mejorará y otros serán bendecidos por los cambios producidos. –daj

 

Lectura Diaria:
Números 11:4-35 [leer]
/Proverbios 9 [leer]
/1 Pedro 1 [leer]