“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” Hebreos 11:1-2

La escritura nos entrega una gran definición de la fe, en el versículo que encabeza esta meditación. Por la palabra de Dios aprendemos que la fe es el convencimiento de mente de que algo es verdadero y se basa en la confianza de que Dios siempre dice la verdad. La fe no surge de generación espontánea o de una manera confusa sino como resultado de haber sido enseñados en el mandamiento de Dios, y una vez comprendido su mensaje, este se acepta sin restricciones como de parte de Dios y no se discute si tiene lógica, si es racional o si está de acuerdo con mis opiniones. Como está escrito: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).

Sin embargo, puede haber personas que en un estado de mente impactado por la verdad gracias al Espíritu Santo, sólo sientan simpatía por las cosas del Señor y se equivocan al pensar que tienen la fe que agrada a Dios. Tenemos tristes ejemplos en la Biblia de hombres que conocieron acerca de la verdad de Dios pero nunca recibieron la salvación, como por ejemplo, el rey Agripa, o aquellos que son representados por el terreno de poca profundidad, como enseñó el Señor en la parábola del sembrador en Mateo 13. A la luz de la Escritura, la fe que salva es aquella que está inseparablemente unida con la vida eterna. En esta fe, el pecador con su conciencia iluminada, con su corazón ablandado, sintiéndose indigno,  débil y sabiéndose pobre e incapaz de agradar a Dios finalmente recibe y cree de corazón en la Palabra de Dios como la verdad más segura, que viene con el poder de Dios. Esta fe se personifica en la persona de Cristo, a quien entonces se recibe y abraza (Juan 7:38, Hechos 16:31). Este acto voluntario tiene como resultado la justificación delante de Dios, asegura al ahora creyente la salvación de la condenación y la paz con Dios, como escribe Pablo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). En ese momento, el pecador se apropia y descansa solamente en Cristo como su salvador personal.

El apóstol Pablo lo expresó claramente al hablar a los creyentes cuando les recuerda que había enseñado “testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). Tanto en el tiempo antiguo como en nuestros días, Dios se agrada de quien cree en su Palabra y cree en lo que él ha dicho. Abraham es un gran ejemplo de uno que creyó a Dios, uno que tuvo fe en su Palabra aun a veces “contra esperanza” y por tal motivo fue declarado justo y es considerado el padre de los creyentes: “Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23). ¿Tiene el lector la fe que salva? rc

 

Lectura Diaria:
1 Reyes 3 [leer]
/Jeremías 11 [leer]
/Efesios 4:17-32 [leer]