La historia bíblica del hijo prodigo es siempre vigente como fuente de lecciones para nuestra vida. Nos enseña de la imposibilidad de echar pie atrás, pero anima para buscar a través del retorno tomar un rumbo diferente.

 

“Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:13.

 

¿Cuántas veces ha escuchado usted la historia del hijo pródigo? Seguramente le han contado la versión bíblica varias veces. ¿Acaso hubo personas en el camino del pródigo que le habrían advertido de su mal camino? ¿Habría rechazado buenos consejos y después lamentado su necedad? Cuando por fin comenzó a pensar bien, se decía a sí mismo, “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Lucas 15:17. No pudo poner marcha atrás a su vida semi-destrozada, pero el camino que escogió para solucionar el problema de su angustia le devolvió la posibilidad de recomenzar. Las palabras bíblicas son gráficas y escuetas, “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”.

 

El padre no dijo nada al hijo, sino instruyó al siervo “sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. No es posible volver atrás en la vida para tomar otro rumbo, pero es posible recomenzar. La Biblia presenta al Padre como quien perdona y hace toda clase de provisión para allanar el camino hacia un nuevo horizonte. Allí brilla el sol de la sonrisa de Dios. El hijo pródigo salió de debajo de la nube depresiva de su situación, nube que se había formado con la acumulación de errores, y de pecados. Salió el sol cuando el Padre plantó un beso en la mejilla de la cara demacrada. Aseguró al viajero arrepentido mientras confesaba su pecado que pudo recomenzar bajo el alero de la casa paternal. No hay lugar más acogedor, más hospitalario, más reconfortante en todo el mundo, que la casa del Padre. Hasta allí volvió el hijo pródigo y hasta allí tenemos que volver cada uno para recibir el perdón de Dios a través de la sangre derramada de Cristo.

 

Si pudiéramos haber estado cerca del hijo pródigo después de su regreso, seguramente habría usado las palabras que Pablo el apóstol dijera en una ocasión, “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, PROSIGO A LA META, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” Filipenses 3:13. No era cuestión de volver atrás sino seguir adelante, guiado y dirigido por la voluntad perfecta del Padre celestial. Nos damos cuenta que la marcha atrás no existe en nuestra vida. Lo que construimos antaño con la voluntad nuestra mal dirigida, no podemos desmontar después. La voluntad no tiene marcha atrás, aunque sea capaz de elaborar proyectos y poner en ejecución sus designios. Si un día quisiéramos retroceder en lo caminado, jamás podríamos hacerlo. Busquemos pues la guía infalible del Padre. Coloquémonos bajo el alero de la casa del Padre. Sometámonos a las reglas de la familia de Dios. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” Juan 14:3-4. Que grata es la experiencia de todos los que dejan el lugar de la condenación para buscar refugio y bendición en la casa del Padre. –DAJ

 

Lectura Diaria:
Génesis 17:1-27 [leer]
/Job 20:1-29 [leer]
/Mateo 9:18-38 [leer]