Enfocando la historia de la viuda de Naín en los no salvados, podemos decir que la vida puede ser placentera, pero en cualquier momento nos enfrentamos a la muerte. Mas todo cambia cuando interviene el Hijo de Dios.

“Y acercándose, tocó el féretro” Lucas 7:14

Una procesión de gente va hacia el valle de sombra de muerte y hacia la muerte eterna. Resignados, tristes, desesperanzados. ¿Hay acaso esperanza? No la había para la viuda y sus acompañantes. Otros van inconscientes del destino que les espera, tal como este joven que no está despierto a su realidad. Va en un féretro, y este joven no escogió ir en el féretro con su madre. Luego, por un momento, este joven nos representa a todos en nuestra condición natural, de camino a la condenación, ya “muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1). No obstante, al desesperanzado, trabajado y cargado el Señor dice: “No llores”. Sólo él puede decirlo porque sólo él puede hacer algo trascendental: dar vida. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:11), da vida a todo aquel que cree (Juan 3:16).

Para los creyentes, podemos decir que aun en el lugar placentero, es necesario pasar por el valle. ¿Cuál es el valle? Puede ser el de la muerte, desánimo, desesperanza, soledad, abandono, incomprensión, necesidad. Jesús también está en el valle aun sin que esperemos su presencia. El ve, es el Señor, como lo percibió una madre egipcia antes desesperanzada: “Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?” (Génesis 16:7). El se compadece, y aquí ocurre algo extraordinario: El toca el féretro y no se contamina. Que pudiéramos ver en medio de nuestra prueba, situación o dificultad que él está cerca y, más aun, El está tocando el féretro, impartiendo su poder y gracia en medio de la desesperanza. Nuestro gran sumo sacerdote pronto aparecerá. “No llores”, nos dice hasta ese día. “Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor” (Isaías 65:19).

Jesucristo brilla en su gloria a las puertas de Naín, enjuga las lágrimas del afligido, conforta el doliente y arrebata de la muerte a un trofeo para su gloria. ¡Qué contrastes se ven en Naín! Un cortejo fúnebre, que se transforma en un desfile de testigos de su poder y milagros. Un féretro que se transforma en un lugar de resurrección. Una viuda doliente en una madre agradecida. Un camino pedregoso y polvoriento transformado en un santuario de la gloria de Dios. ¿Aprendemos la lección de la viuda de Naín? –rc

Lectura Diaria:
Deuteronomio 23:9-24:22[leer]
/Jonás 1-2 [leer]
/Lucas 12:41-59 [leer]