“Hemos hallado al Mesías” Juan 1:40-42

A manera de resumen, podemos decir que al comienzo del capítulo uno de Juan tuvimos una visión del Hijo de Dios morando con su Padre. Le seguimos en su descenso hacia la tierra, donde se humanó a fin de traer luz y vida. El Cristo es rechazado por la mayoría de los judíos, pero cuando Juan el Bautista le señala como el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, produce en los corazones de dos de sus oyentes el ferviente deseo de conocerle y seguirle. Casi al final del capítulo, el Hijo de Dios se encuentra proclamado por Juan el Bautista como el Cordero de Dios, rechazado por la mayor parte de su pueblo y seguido solamente por dos hombres humildes. Él ha venido al mundo porque Dios en su amor lo envió, y ha venido para buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).

La mayoría de la gente de su tiempo le rechazó, lo que no es extraño pues en todas las edades ha ocurrido así. Notablemente, siempre el elemento religioso se ha opuesto a la verdad y a la gracia de Dios. Esto es evidente en la historia bíblica comenzando desde Caín. Esto generó gran dolor al corazón del Hijo de Dios, como nos lo expresa el relato del evangelio describiendo la reacción del Señor al contemplar hacia la ciudad de Jerusalén, centro de la religión judaica: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37). Cabe preguntar, otra vez, cuál es la actitud del lector hacia Jesús. Alguno tendrá un cuadro suyo en la pared, un crucifijo al pecho, o rezará una oración, pero esto no impacta a Dios. Se trata de arrepentirse de veras, con pobreza y humildad de espíritu, y recibirle a Él por la fe de manera que llegue a ser el salvador personal y suficiente de uno. Ayer leíamos: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Ya que el pueblo lo rechazaba, Jesús andaba solo, en humildad, buscando personalmente a quienes tuviesen la disposición de recibirlo y seguirlo. Así es como leemos también acerca de Andrés que va en busca de su hermano Simón y le trae a Jesús; después leemos cómo Felipe trajo a Natanael a Jesús. Aquellos hombres se convirtieron a Jesucristo. No se convirtieron a un sistema de religión, sino que se convirtieron a Jesús. Con él conversaron y creyeron su palabra. El Señor vino a llenar el vacío que hasta ese día había en sus vidas y desde aquel día él fue el todo de ellos. Esta verdad se nos enseña través de todo el Nuevo Testamento. El apóstol escribió: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12), y: “para mí el vivir es Cristo”, y: “Cristo vive en mí” (Fil 1:21, Ga 2:20). ¿Acaso alguno de nuestros lectores se ha convertido ya a Jesús o solamente sigue una religión, tal vez la de sus padres? ¿Será que alguien tiene una fe ciega aceptando la palabra de los hombres, sin descansar en  la palabra inamovible de Dios? Le invitamos a considerar el mensaje del primer capítulo de Juan, que nos muestra al eterno Dios entrando en nuestro mundo para traernos vida y luz, personalmente a casa uno. Recíbale con humildad y sencillez. Conviértase a Cristo. rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 37:1-36 [leer]
/Salmos 11:1-14:7 [leer]
/Mateo 21:1-32 [leer]