“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. Hechos 16:31.

Entre los recuerdos más de mi niñez, me acuerdo de haber pensado en la eternidad. Sabía muy poco del tema y tenía ganas de aprender más. Cuando tenía cinco años de edad sabía que era necesario creer en el Señor Jesús para que mis pecados fuesen perdonados y así pudiera ir al cielo. Pero no sabía cómo creer. Pensaba que era algo inusual que una persona tenía que hacer. No pregunté a nadie ni dejaba que otro supiera de mis incógnitas. Un día cuando tenía siete años, mi padre dijo, “el momento de llegar a ser un cristiano no es algo que es observado con los ojos. Es una transacción entre el corazón de Dios y el corazón tuyo cuando tú crees”. Me parecía simple y aquella noche en cama, pensaba, “yo podría convertirme en cristiana ahora…” Mientras reflexionaba en eso, ideas negativas entraban en mi mente; “eres muy joven”, y “tienes harto tiempo todavía antes de hacerlo”. Me dije, “claro que sí” y me quedé con eso. Cuando escuchaba pasajes de la Biblia, me sentía incómoda. Para evitar este sentimiento, me imaginaba estar en otra parte pasándolo bien y no ponía oído a lo que decían de las Escrituras. Continuaba así hasta los trece años de edad.

Mi hermana mayor iba a una reunión de jóvenes en una iglesia. Me decía que nadie de mi edad iba y que yo era demasiado joven. Pero alguien invitó a mí y a mi hermano. Fuimos porque pensé que sería regio tener más amigos y pertenecer a un grupo. Me gustaron las canciones y otras actividades y de repente, era el momento de una predicación. Yo me preparaba para no escuchar pero puse atención cuando dijo: “hay dos grupos aquí esta noche y voy a hablar a un grupo solamente. Voy a definir los dos grupos primero para que cada uno sepa en cuál de los dos”. Explicó que los del primer grupo tenían sus pecados perdonados porque conocían a Jesús como Salvador e iban al cielo. Dijo que los del otro grupo simplemente no sabían nada de eso. Me sentía enojada cuando habló de pecadores porque yo había concluido que no era tan mala para ser catalogada como pecadora. Cada vez apoyaba sus dichos con un texto bíblico como aquel que dice “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” Romanos 3:23. Pensé, “está bien, pero hay cosas buenas en mi persona”. Desde la plataforma el predicador decía, “si alguien piensa que está bien, escuche lo que Dios piensa…” “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana” Isaías 1:6. Esto me molestaba y luchaba contra estas citas que venían de la misma Palabra de Dios. Mi pecado me pesaba y el predicador continuó citando textos bíblicos: “no hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” Romanos 3:10-12.

Aquella noche llegué a casa pero no podía quedarme dormida. Me esforzaba para olvidarme de lo escuchado. Pero los textos bíblicos se repercutían en mi mente. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” Isaías 1:18. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” Romanos 3:23-24. De repente me di cuenta que Dios me daba una oportunidad para ser salva en el tiempo presente para estar segura durante toda la eternidad. En aquel momento entendí que si Dios lo dice, hay que creer lo dicho por Él. Allí en mi cama dejé de luchar contra lo que la Biblia dice y acepté a Cristo como mi Salvador. Sentí como una ola de paz que pasó por encima de mi corazón y pronto me quedé dormida. Al despertarme en la mañana me dije “tengo VIDA ETERNA y no me perderé NUNCA”. El gozo del Señor inundó mi corazón. Esto fue el 9 de Junio 1947 y el gozo del Señor acompañado de su paz me han mantenido desde entonces. Quizás mi testimonio pueda ayudar a alguien para reflexionar sobre su propio estado espiritual delante de Dios. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” 2 Corintios 6:2. –Mary MacNeill/daj

Lectura Diaria:
Jueces 9:1-10:5 [leer]
/ Isaías 30:1-33 [leer]
/ 1 Corintios 9:1-23 [leer]