En los días previos hemos visto brevemente el concepto bíblico de la justicia de Dios y de su resultado: la justificación. La justificación es el acto divino por el cual Dios en forma unilateral y soberana declara justo a un pecador indigno, y le faculta para estar en Su presencia. Todo esto por la fe en la obra vicaria de su hijo Jesucristo en la cruz del Calvario.

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1

 

Dios, sobre la base de la justicia de Jesucristo declara que todas las demandas de la ley están satisfechas con respecto al pecador creyente. Este hecho tiene lugar de una sola vez por todas. La obra está completa, no hay grados en la justificación a diferencia de lo que ocurre con la santificación.

Cuando Martín Lutero entendió esta verdad, se entregó de lleno para proclamar el evangelio, y fue perseguido. Unos amigos nobles le escondieron por un tiempo en el castillo de Wartburg desde donde tradujo la Biblia al alemán y compuso himnos. De niño su entretenimiento favorito había sido tomar el laúd todos los días y apartarse por media hora para tocar y cantar, pero fue durante el cautiverio en ese castillo que Lutero se inspiró a escribir y a reflexionar en la seguridad y ayuda que Dios da a los suyos, plasmando estas verdades en el hermoso himno “Castillo fuerte es nuestro Dios” basado en el Salmo 46. Sus enseñanzas movieron a otros hombres a proclamar el evangelio. Exaltó la fe y el conocimiento pleno del evangelio y de la gracia de Dios, de la justicia de Dios que salva.

Un día, años después, Lutero comenzó a sentir fuertes dolores en el pecho. Lejos de aminorar, éstos se intensificaron durante la tarde y la noche. Sabiendo que su muerte era inminente, Lutero –contaron sus amigos– “agradeció a Dios por haberle revelado a su Hijo, en quien él había creído”. Sus compañeros Justus Jonas y Michael Coelius le dicen: “Reverendo padre, ¿está listo para morir confiando en su Señor Jesucristo y confesando la doctrina que enseñó en su nombre?” Un distintivo “sí” fue la respuesta de este hombre que pocos momentos después hizo su entrada a la presencia del Señor. Justificado por la fe, pasó por la muerte en paz con Dios por haber creído en el Señor Jesucristo (Romanos 5:1).

Su cuerpo fue enterrado en la iglesia del Palacio de Wittenberg, cerca del púlpito desde el cual había transformado al cristianismo, haciéndole volver de la religión vacía a las Escrituras y al Señor. Años antes había escrito: “Ruego por que dejen mi nombre en paz y no se llamen a sí mismos ‘luteranos’, sino cristianos. ¿Quién es Lutero?, mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie”. Este llamado está muy vigente hoy, pues el ser humano está acostumbrado a poner su mirada en guías humanos, en hombre falibles y pecadores. De paso, su llamado traspasa la responsabilidad a todos los creyentes a que compartan la fe salvadora, aquella que descansa en la obra de Cristo en la cruz. Le invitamos a confiar por la fe en Jesucristo, a recibirle como su salvador. Recibirá un tremendo regalo por gracia: la salvación, la vida eterna, la justificación… y todo por la fe, solamente. –rc

 

“Nuestro valor es nada aquí, con él todo es perdido.

Más por nosotros pugnará de Dios el Escogido.

¿Sabéis quién es? Jesús, El que venció en la cruz,

Señor de Sabaoth, Y, pues Él sólo es Dios,

Él triunfa en la batalla.” – Martín Lutero

 

Lectura Diaria:
Números 34-35:8 [leer]
/Proverbios 30 [leer]
/Lucas 5:1-16 [leer]