No es lógico que alguien viva en una casa con las cortinas cerradas mientras el sol afuera ilumine todo lo bella de la naturaleza. Así vivía una señora a quien un joven llevó galletas enviadas como regalo de su madre. Reflexionó sobre la vida de algunos que no saben apreciar la salvación en Cristo.

 

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyeron pesadamente, y sus ojos han cerrado, Para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane” Hechos 28:27

 

El hermano don Eugenio Peterson relata que cuando era joven había en la congregación donde su familia asistía una mujer excéntrica conocida como hermana Lychen. Casi todas las semanas la mujer decía a los creyentes que el Señor le había revelado que no moriría hasta que viera la gloria del Señor y que iría con Él al cielo. Por cierto, es el deseo de todo creyente que resultara así, pero nadie puede afirmar con seguridad que así le vaya a acontecer. No resultó como ella había anticipado pues murió de vejez sin que se cumpliera su afirmación.

Cuando todavía estaba con vida, la mamá de Eugenio le pidió que llevara unas galletas a la hermana Lychen. Era niño joven y temblaba cuando golpeó la puerta de su casa pues la juventud le encontraba a la dama un poco rara. De todas maneras, Eugenio obedeció a su madre y partió. La hermana Lychen abrió la puerta e invitó a Eugenio a entrar. Halló que la mujer estaba muy pálida, con una cara delgada y arrugada. Ella quiso que él compartiera con ella las galletas que había traído y le sirvió un vaso de leche. El niño estaba nervioso pues la casa estaba muy oscura debido a que la mujer mantenía cerradas las cortinas todo el día. Eugenio se sentía aliviado cuando pudo partir y salir a la luz del sol brillante y se dirigió a su casa. Años más tarde cuando ya era adulto, Eugenio Peterson se imaginó entrando en la casa de la hermana Lychen abriendo todas las cortinas y gritando, “mire, mire la belleza que hay afuera; mire los árboles, las flores, las aves. Y mire el ciervo. Hermana Lychen, hay que levantar la vista y mirar”. La mayoría apreciamos lo que Dios ha hecho en la naturaleza y nos causa admiración la perfección de la obra de su mano al crear el vasto universo. A una nieta mía le encantaba ver la puesta del sol y especialmente donde vivimos en Chile pues desde nuestro valle se ve espectacular la Cordillera de Los Andes con su manto de nieve que se torna color rosada al ponerse el sol. Solamente hay que mirarla para apreciar lo que Dios ha hecho en la creación.

Desafortunadamente hay personas en cuyos corazones las cortinas están cerradas y no aprecian la belleza que hay en Cristo. Bien describió Isaías la actitud de muchos para con nuestro Señor: “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” Isaías 53:3. La incredulidad hace que muchos viven como en una casa con las cortinas cerradas bloqueando la vista. Hay muchos que están enceguecidos y no conocen lo bella que es la salvación que Dios provee en Cristo.  Jesús preguntó a dos ciegos que es lo que querían. Ellos vivían en la oscuridad causada por la ceguera. “Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos” Mateo 20:33. La hermana Lychen se privó de un gran estímulo para su vida cuando vivía con las cortinas cerradas. ¿Vive Usted sin apreciar lo que Dios ha hecho por medio del Señor Jesús? Yo tomo prestada la oración de Pablo cuando pidió para los Efesios que Dios diera espíritu de sabiduría, “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” Efesios 1:18-19. Espero que así viva cada uno, con las cortinas abiertas. — daj

 

Lectura Diaria:
2 Reyes 6:24-7:20 [leer]
/Jeremias 41-42:6 [leer]
/Hebreos 10:19-39 [leer]