“Sufrió nuestros dolores” Isaías 53:4

Al cargarse con nuestros dolores, Jesús conlleva también otras cargas que los seres humanos ya no tenemos que llevar y que hubiesen sido nuestras.

Tenemos que él lleva la carga del dolor por el pecado. El hombre pecador sufre solitario por sus faltas delante de Dios. Nadie puede sentir lo que el pecador siente, nadie puede compartirlo internamente y así aliviar su dolor. Es que este dolor surge como consecuencia de nuestro pecado pues el Hijo de Dios fue probado y no pecó, fue tentado “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Luego, sus dolores fueron consecuencia de que realmente se cargó con nuestros pecados, haciéndolos suyos.

Sus dolores los sufre de manera real, y constituyen una prueba de que Jesucristo efectivamente sí cargó nuestras culpas, pues su mente y alma, que nunca se contaminaron con el pecado, repentinamente son testigos de que el Hijo de Dios se ha adjudicado nuestras faltas y este hecho se manifiesta en toda su intensidad en su ser. El sufre “nuestros dolores”, es decir la angustia, la ansiedad y el desasosiego extenuante de una manera copartícipe, con todo lo que esto significa para quien nunca tuvo antes que arrepentirse de siquiera alguna ofensa o culpa.

También Jesús nos evita llevar la carga del pecado no expiado. Esto no lo podemos dimensionar a cabalidad. Lo cierto es que Jesús llevó toda esa carga, y por todos nosotros, como dice el texto: “He aquí el cordero de Dios que lleva {αιρω airo} el pecado del mundo” (Juan 1:29).

Jesús lleva además la carga de sufrir una muerte en desesperanza y dolor, que sería nuestra segura forma de muerte. Él muere en la cruz habiendo pasado por el abandono de Dios, que debió ser nuestro (Mateo 27:46). Muere llamando otra vez “Padre” a su Dios (Lucas 23:46) porque sabe que la victoria es segura, pero el trance por el cual ha pasado, nos lo ha evitado a los creyentes.

Finalmente, Jesús y no el hombre, lleva la carga del destino de la humanidad. Este fue un peso enorme si consideramos nuestra segura destrucción y eterna perdición que merecíamos como raza, mas el vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Mateo 18:11).

Nada de lo anterior fue por accidente. ¡Que grande el amor de Dios y la obediencia del Hijo! ¡Que gran salvador! Con razón la profecía de Isaías dice que fueron nuestros dolores lo que él sufrió. Recibámosle con gratitud y humildad. Recibamos su amor y salvación. rc

Lectura Diaria:
1 Reyes 10 [leer]
/Jeremías 18 [leer]
/Filipenses 3-4:1 [leer]