Contradecir a cualquier persona que dice la verdad es una forma sesgada llamarla “mentirosa”. ¿Es posible que alguien pudiera hacer lo mismo con Dios? Lea lo que dice Juan el apóstol.
“Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” 1 Juan 1:10.

En su primera carta Juan el apóstol sigue llamando la atención de los destinatarios acerca del tema del pecado. Ha hablado de los que afirman una cosa en cuanto a su forma de vivir pero en realidad hacen todo lo contrario. No llamó la práctica hipocresía, sino “mentira” v.6. Anticipando que algunos se atreverían a no reconocer el pecado en su vida diciendo que no tenían pecado, no lo llamó equivocación. Antes bien, dijo que fue un autoengaño y que la verdad no está en quienes lo hacen. v.8. Aseguró a los hermanos que la confesión del pecado resulta en ser perdonado, porque Dios es fiel a su promesa y justo en atribuir valor a la obra eficaz de Cristo como sacrificio por el pecado nuestro. En el verso 10 vuelve a la posibilidad de que alguien diga que no ha pecado. La persona que tal cosa haga, hace que Dios sea considerado “mentiroso”. Si no fuera porque está en la Biblia, no nos atreveríamos a decir algo tan fuerte. ¿En qué sentido hacemos que Dios sea “mentiroso”? Al reclamar que no hemos pecado, estamos contradiciendo la palabra de Él acerca de nosotros.

Una de las actividades del Espíritu Santo que reside en el hijo o hija de Dios es producir un sentir de culpa cuando se peca. El Espíritu Santo trabaja a nivel de la conciencia y hace que el creyente se sienta mal, o incómodo por algo dicho o hecho. El Espíritu Santo produce convicción de pecado y su propósito es hacer que el individuo lo confiese a Dios para ser limpiado. En Lucas 15 la franca confesión de pecado hecha por el hijo menor ante su padre es un buen ejemplo de alguien que reconoce su pecado y lo confiesa. El hijo menor dijo “padre, he pecado contra el cielo y contra ti” Lucas 15:21. El buen resultado de esta sincera confesión de pecado fue que entró a gozarse en la casa del padre.

En el Antiguo Testamento, Acán cometió un pecado cuando se quedó con algunos objetos de valor después de la destrucción de Jericó. Jehová había dicho que no tomaran nada. Acán lo hizo secretamente, escondiendo dinero, un manto, y un lingote de oro en su tienda. Jehová reveló a Josué que alguien había delinquido y después de un proceso de investigación, Josué enfrentó a Acán, y le dijo: “hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras” Josué 7:19. “Acán respondió: … Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho” v.20. Si Acán hubiera negado la evidencia, habría sido como Juan describe, “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él (Dios) mentiroso, y su palabra no está en nosotros” 1 Juan 1:10. En el caso de Acán, sufrió las consecuencias de su largo tiempo de engaño, pues fue obligado a confesar su pecado y no buscó el perdón voluntariamente. En el caso del creyente, tan pronto que uno esté consciente del pecado, debe confesarlo a Dios para que haya restauración de comunión con Él. –daj

Lectura Diaria:
Levitico 10:1-20 [leer]
/Salmos 111:1-112:10 [leer]
/Marcos 1:21-45 [leer]