Seguimos con la serie sobre la primera epístola de Juan. El apóstol destaca la necesidad de dar evidencias en la vida de que se es salvo en verdad y que Cristo ha hecho cambios en su vida.
“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.” 1 Juan 2:4

Tres veces en el capítulo uno, Juan dice: “Si decimos”. 1 Juan 1:6, 8, 10. En seguida el apóstol declara que cuando los hechos no corresponden a los dichos, la persona es engañosa o mentirosa. Como dijera alguien, “Por favor, no me diga nada, sus hechos hablan tan fuerte que no puedo captar lo que dice.” Ahora en el segundo capítulo vuelve a lo mismo. Tiene que ver con el tema del verso anterior, es decir, el cristiano verdadero demuestra que conoce al Señor a través de su forma de ser. “En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.” 1 Juan 2:3.

El testimonio que el creyente en Cristo debe dar tiene dos piernas. Con una pierna da un paso y habla de su fe; y con la otra da otro paso cuando vive su fe. Jesús sanó a un hombre posesionado por una legión de demonios. Vivía desnudo entre las tumbas y estaba indomable. Pero Jesús hizo un milagro que le libró del poder de Satanás. Las personas que le conocían antes “salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo” Lucas 8:35. El hombre estuvo muy agradecido y quiso quedarse con Jesús siguiéndole junto a los otros discípulos, pero Jesús le dijo: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él” Lucas 8:39. Con sus dichos, daba testimonio a Jesús, y con su vida demostraba los marcados cambios en su vida. El hombre hizo todo lo contrario a lo que describe el texto de cabecera. El hombre confesaba que conocía a Jesús guardando sus mandamientos al testificar de su Salvador. De veras, la verdad estaba en él.

La vida del creyente en Cristo es marcada por la obediencia. Al aceptar a Cristo como Señor y Salvador, recibimos nueva vida. “Estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” Efesios 2:5. Cristo es nuestra vida y los principios de la vida de Cristo deben manifestarse en nosotros. Si las virtudes de Cristo están ausentes, a pesar de decir que conoce a Cristo, la verdad no está presente. En otras palabras, la persona no es salva; es un hipócrita. ¿Hay realidad de vida en la vida suya? –daj

Lectura Diaria:
Levitico 27:1-34 [leer]
/Salmos 142:1-143:12 [leer]
/Marcos 11:1-26 [leer]