Antes que Jesús naciera en Belén, tanto María como José sabían que la razón porque venía a este mundo era para salvar a los pecadores. Les fue revelado que venía para quitar el pecado. De esto se trata la meditación de hoy.

“Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.” 1 Juan 3:5.

Para los lectores del primer siglo que leyeron la primera epístola de Juan no había nada nuevo revelado al decir la razón porque Jesús vino a este mundo. Vino para “quitar nuestros pecados”. Cuando José razonaba en su mente acerca de lo que debía hacer con María que se hallaba embarazada y no con el hijo de él, “he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” Mateo 1:20. Bastó esta palabra para que José recibiera a María. Previamente a eso, el mismo ángel reveló a José que cuando María diera a luz un hijo, “llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” v.21. Antes de nacer, ya fue anunciada la razón porque Jesús venía a este mundo. Ahora Juan se refiere a esta razón en conexión a lo que debe ser el efecto práctico de tener los pecados quitados. Pero antes, establece que la razón porque Cristo pudo quitar los pecados de otros era porque Él mismo estuvo sin pecado.

Es una doctrina fundamental de la fe cristiana que Jesús nació perfecto en este mundo. No nació inocente, sino perfecto. Adán fue creado inocente pero cayó en pecado y fue condenado. Jesús jamás pudo pecar. No existía la posibilidad de que Él cayera. Su santidad fue resguardada desde el comienzo. El ángel que conversó con María le informó de la singularidad de la criatura que sería puesta en su vientre: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” Lucas 1:21.

Después de morir, ser sepultado, resucitar y ascender al cielo, Cristo es presentado como el sumo sacerdote de su pueblo, “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” Hebreos 7:26. Cristo es llamado “inocente” en esta conexión después de haber estado más de 33 años en el mundo. Si alguna vez alguien tratara de culparle de pecado, el veredicto sería “inocente” pues nunca pecó. Es por eso que el sacrificio de si mismo hecho en la cruz tiene valor eterno delante de Dios. Si en Cristo hubiera habido un solo pecado, de nada serviría su obra redentora para la humanidad. Con toda confianza Jesús pudo decir a sus opositores, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” Juan 8:46. La razón porque Jesús pudo quitar nuestros pecados fue porque no hubo pecado en Él.–daj

Lectura Diaria:
1 Samuel 17:1-31 [leer]
Isaías 56:9-57:21 [leer]
Romanos 3:1-29 [leer]