El amor tiene su origen en Dios y ha llegado a nosotros. Por medio de nosotros, debe llegar a otros como dijera el Señor “el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” Juan 4:14.

“Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”. 1 Juan 4:11.

El amor tuvo su origen en el corazón de Dios. El amor no comenzó en el corazón del ser humano. Fuimos objetos del amor divino y ahora Dios espera que seamos el conducto o canal por el cual su amor es conocido por otros. Habiendo hecho la obra de propiciación por nuestros pecados en la cruz, Cristo proveyó el poder para que el pecador fuera reconciliado con Dios. Al parar mientes en la grandeza de ese amor y lo que significa en nuestra vida ¿debemos admirarlo y nada  más? El texto de cabecera enseña que cuando experimentamos el amor de Dios, no debemos ser egoístas, sino demostrar amoroso interés en el bienestar de otros. El verso 10 deja en claro que Dios nos amó y envió a su Hijo para salvarnos. Le amamos por eso, o sea, devolvemos el amor recibido como un reconocimiento de su deseo de vernos bendecidos con la salvación eterna de nuestra alma. No solamente debemos amarle a Él, sino también a otros a quienes él ama.

Cuando se practica la exhortación de amarnos mutuamente, debe producir tres reacciones. Debemos amar a Dios, y luego mostrar amor recíproco al que nos amó, y continuar ampliando el círculo de amor para incluir a otros. El amor es como una piedra que cae en el medio de una laguna. Causa una olita que se va agrandando para abarcar toda la superficie hasta que llegue a la orilla. Cuando en el aposento alto Jesús entregó el mandamiento de amar, se refirió a su propio ejemplo como el punto de referencia; “que os améis unos a otros, COMO YO OS HE AMADO” Juan 15:12. ¿Cómo amó Jesús a los suyos? Le vemos con mucho afecto y ternura soportando con paciencia los vaivenes de los discípulos. Le vemos responder a Bartimeo cuando otros le trataban de acallar. Le vemos conversar con Pedro para encomendarle la tarea de apacentar y cuidar con amor a sus hermanos (como corderitos y ovejas), cuando Pedro debía haber recibido una reprensión. También se su amor cuando sanó a la mujer enferma durante doce años. Ella había tocado el borde de su manto y luego dijo que su fe había alcanzado la mejoría deseada. Le aseguró a ella que su nuevo estado de salud sería permanente, “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” Marcos 5:34.

No somos exhortados a amar a Dios. Esto se da por sentado. Por supuesto le amamos por todo lo que ha hecho a nuestro favor. Es fácil amar a Dios pero, ¿amar a los otros seres humanos con sus fallas y debilidades? Es más difícil. Para que cumplamos con lo que el Señor instruye, nos ha dado el Espíritu Santo, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” Romanos 5:5. No hay excusa para no obedecer la llamada de “amarnos unos a otros” 1 Juan 4:11. ¿Cómo vas a responder? –daj

Lectura Diaria:
2 Cronicas 20 [leer]
/Ezequiel 39 [leer]
/Juan 16:16-33 [leer]