Constantemente volvemos al tópico del amor de Dios pues es un tema recurrente en los escritos de Juan el apóstol. Tiene un efecto saludable cuando está presente en la vida y echa fuera al temor.

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. 1 Juan 4:18.

La marca de madurez en la vida de todo cristiano se ve cuando el amor está presente en toda relación. Motivado por el amor, el hijo de Dios busca el bienestar del otro. Puede ser que sea criticado en lo que hace, pero si actúa según los principios divinos, no hay temor. Una paráfrasis del texto nos ayuda a captar el sentido. “El amor maduro no deja lugar para el temor. El amor echa fuera el temor. El temor trae su propia tortura pues es el producto de sentirse culpable. El hombre que vive en temor deja ver que el amor no ha sido perfeccionado en él”. El temor en muchos casos es el producto de la ansiedad por haber fallado y por haber cometido una falta. En vez de practicar el amor, es posible que el odio, el rencor, o el egoísmo hayan motivado al individuo y no hay seguridad cuando falta el amor. La vida es placentera cuando se practica el amor. La vida es fastidiosa cuando no se practica el amor.

La clave para vivir en una relación efectiva y productiva con Dios es dejar que su amor se exprese a través de nuestra vida. Nadie puede generar el amor divino por su voluntad propia. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” Romanos 5:5. La llave de agua permite que el líquido salga cuando está abierta. La llave no empuja el agua, sino la deja pasar. El amor derramado en el corazón del creyente tiene fuerza y cuando uno vive en comunión con Dios y se presenta una oportunidad de amar, la voluntad sumisa responde y el amor hace su obra.

Dios quiere relacionarse con nosotros como nuestro Salvador y no como Juez. Hay un sentir de aprobación divina en la conciencia cuando el amor está presente. El amor echa fuera el temor. Es inconsistente con el carácter amoroso de Dios. Dios no quiere ver a sus hijos infelices por causa del temor. La meta es permanecer en el amor de Dios. Hay cierto temor que es saludable como cuando mostramos respeto para con Dios para no cometer pecado y así ofenderle. Dependemos de la gracia de Dios para preservarnos de no pecar. El amor es como un guardián. Si está ausente, toda actividad degenera a un nivel de legalismo o atrevimiento. En presencia del peligro, es saludable tener temor. Sin embargo, el tema del verso es el amor de Dios que quita el temor. Por ejemplo, el amor de Dios quita el temor a la muerte, o de ser abandonado. Amar a Dios porque nos salvó quita el temor al juicio y nos deja libres para amar aún más. -daj