Decir que uno ama a Dios sino que ese amor es extendido hacia los demás es una contradicción, pues el que ama a Dios ama también a quienes Él ama.

 

“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”1 Juan 4:20.

Juan el apóstol había expresado una gran verdad cuando escribió: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Hay miles de cristianos que lo han repetido, si no en palabras audibles, por lo menos como un sentimiento del corazón. Sin embargo, decir que uno ama a Dios impone sobre el que lo expresa un nivel de honradez. Si uno ama a Dios, entonces amará también a los hijos de Él. Las dos relaciones son inseparables. Es imposible que el amor para con Dios y el odio para con su hermano puedan coexistir. La naturaleza misma establece este principio en miles de situaciones. ¿Puede coexistir las tinieblas y la luz? ¿Puede un paño húmedo ser usado para secar? Dios nos amó primero y por eso, le amamos a Él y debemos amar a quienes Él ama. Si Ud. abriga un odio en su corazón para con su hermano y profesa amar a Dios al mismo tiempo, el sobrenombre que la Biblia le pone es “mentiroso”. Pregúntese si tal apodo es merecido o no.

El círculo del amor divino comenzó en el corazón de Dios. “De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” Juan 3:16. “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” Efesios 5:25. Cuando Jesús veía a la multitud hambrienta, llamó “a sus discípulos y dijo: Tengo compasión de la gente” Mateo 15:32. Los discípulos aprendieron compartir esta compasión pues colaboraron con Él en la distribución de los panes y los peces para que los cinco mil se fueran satisfechos. Jesús amaba a los necesitados y transmitió su preocupación a los discípulos quienes respondieron en forma positiva. Juan el apóstol dio evidencia de ese amor para con el Señor. Parado al pie de la cruz Jesús le encargó a su madre para cuidarla. Juan era conocido como “el discípulo al que amaba Jesús” Juan 20:21. Al mismo tiempo Juan amaba a Jesús y amaba también a los que le pertenecían. Su enseñanza en el texto de cabecera es respaldada por su propio testimonio. Nadie diría que Juan fuera un “mentiroso”.

El amor de Dios en nosotros genera el amor para con los otros a quienes Dios ama. No debemos dar lugar al odio ni adoptar actitudes de desprecio. Juan el apóstol comenzó su segunda carta asumiendo el rol de “anciano” que se dirige a “la señora elegida y a sus hijos” y en forma escueta expresa sus sentimientos “a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad”. El amor de Dios es contagioso cuando es practicado. Conviene examinar la condición de nuestro corazón para descubrir si hay hipocresía presente. ¿Decimos que amamos a Dios? ¿Amamos también a los otros? Si no, la Biblia es categórica – se es mentiroso. –daj