Tres veces Juan repite la palabra SABEMOS. Esto no es algo solamente sabido como información en el cerebro. Es más bien la verdad que sirve de base para vivir la vida nueva conforme al carácter divino. Le lleva al creyente a no practicar el pecado.

 

 

“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”. 1 Juan 5:18.

 

En el último párrafo con el cual Juan el apóstol concluye su primera epístola, él resume la enseñanza que ha venido desarrollando. Presume que los destinatarios han captado la verdad que ha reiterado. Tres veces dice, SABEMOS. En los versos 18, 19, y 20 repite la misma palabra para introducir un tema importante. Sabemos que el nacido de Dios no practica el pecado en forma reiterada, verso 18. Sabemos que somos bajo el control de Dios y vivimos no dominados por el mundo, verso 19. El verso 20 afirma varias cosas que sabemos y todas son relacionadas con el Hijo de Dios que ha venido. En Él hemos encontrado la verdad y este conocimiento es ahora el que determina la clase de vida que debemos llevar. Nos da gozo al disfrutar de ella.

 

La razón porque un cristiano puede hablar con tanta certeza es porque “El Espíritu (Santo) mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” Romanos 8:16. Cuando un pecador acepta a Cristo como a su Salvador, está en paz con Dios. La Biblia también lo confirma. Jesús mismo dice: “de cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” Juan 6:47. Esto produce un deseo de agradar a nuestro Salvador. Dios espera que la verdad conocida se evidencie a través de las prácticas en la vida de sus hijos. Espera que mostremos el carácter cristiano, pues la vida que recibimos al creer es la mismísima vida de Cristo. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” 2 Pedro 1:3-4.

 

Como dice el texto de cabecera, el nacido de Dios trata de no practicar el pecado. El Hijo de Dios está activo guardando a los suyos para que el maligno no les toca. Sabemos que Dios quiere que evitemos el pecado viviendo para su gloria. El maligno, es decir, el diablo, quiere que los hijos de Dios no sean obedientes, sino que cometan pecados. El mundo entero está  bajo el maligno, pero Cristo vino para sacarnos de este poder. Debemos estar agradecidos por esto como Pablo dijo a los colosenses, “con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” Colosenses 1:12-13.  El nacido de Dios se preocupa de no cometer pecado como un hábito consuetudinario. Cuando un cristiano cumple con lo que Dios espera de él, el enemigo fracasa. El cristiano obediente se preocupa de agradar a Dios para no disminuir la efectividad de su testimonio. –daj