Nadie quiere ser derrotado. Todos queremos ser vencedores. La vida cristiana misma es una lucha pero Dios ha provisto los medios para vencer.

 

“¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” 1 Juan 5:5.

 

Los hijos de Dios se caracterizan como los que aman a Aquel que les dio vida. También aman a sus hermanos en la fe. El amor es más que decir, “te amo”. El amor a Dios se ve en la obediencia a sus mandamientos. “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” 1 Juan 5:3. Hay influencias y tentaciones que buscan contrarrestar el guardar los mandamientos de Dios. Cada vez que el hijo de Dios resiste el efecto nocivo del mundo y cumple la voluntad de Dios, es una victoria de la fe. “…ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” v.4. No dejarse vencer por el mundo es otra evidencia que tal persona ha creída en Jesús, el Hijo de Dios, tal como declara el texto de cabecera.

 

Una característica flagrante del mundo es la práctica del egoísmo. Muchos buscan aventajarse a sus prójimos y muchas veces usan medios incorrectos, sin respetar lo que al otro le corresponde. Basta observar una fila de clientes en el banco o donde se atiende al público para ver el egoísmo en acción. Menos mal que hay oficinas que requieren que tome un número para ser atendido en orden. No sería necesario si la práctica del egoísmo estuviera ausente. Es parte de cómo se actúa en el mundo y el creyente en Cristo puede ser tentado a adoptar los métodos de él. La falta de honradez es otra característica del mundo pecador. Nadie está exento de sentirse seducido a faltar a la verdad si echando una mentira pareciere ganar alguna ventaja. Ahí también la fe debe practicarse a fin de negarse a caer en la trampa. La fe busca primeramente agradar a Dios y esto se hace guardando u obedeciendo sus mandamientos.

 

Dios espera que sus hijos sean vencedores sobre el mundo. Creer en Jesucristo como Salvador también significa reconocerle como Señor. Nos salva de la pena del pecado y nos hace partícipes de su naturaleza para salvarnos de la práctica del pecado. Cuando un creyente en Cristo no sucumbe a la tentación del mundo, es vencedor de él. “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” 2 Pedro 1:4. Echando mano a las promesas, es decir, poniéndolas por obra, sirve para escapar de la corrupción que hay en el mundo que apela a nuestra concupiscencia. Hay que resolver internamente a vivir según la Palabra nos instruye. Esto libera de la tentación y evita la caída en ella. La participación de la naturaleza divina fue establecida al nacer de nuevo. Ahora corresponde a disfrutarla al vivir en comunión con Dios.  La contemplación al Señor nos conduce a asemejarnos a Él.  El Espíritu Santo se encarga de producir cambios haciendo posible huir de las tentaciones y nos hace vencedores. –daj

 

Lectura Diaria:
Génesis 24:1-67 [leer]
/Job 29:1-30:31 [leer]
/Mateo 13:1-23 [leer]