“Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” 2 Corintios 1:20

Cuando Jacob huyó para escaparse de la ira de su hermano Esaú, a quien había defraudado, siguió la sugerencia de su madre Rebeca para dirigirse adonde estaban sus familiares hacia el noreste. Apenas llegó a Padan-Aram, Jacob se encontró con algunos pastores y cuando preguntó por su tío Labán, enseguida llegó una bella mujer llamada Raquel. Jacob se enamoró de ella de inmediato y se contentó al saber que era pariente. Quiso casarse con ella y Labán su padre exigió siete años de trabajo cuidando el ganado suyo. Cuando llegó el momento de recibir a Raquel, Labán insistió en que se casara con Lea, su hermana mayor. Jacob no se dio por vencido, pues su amor para Raquel no tuvo límite. Por eso, accedió a trabajar siete años más para tener a su lado a su amada.

¿Y Raquel? ¿Qué sentía ella durante todos aquellos años? ¿Amaría a Jacob de la misma manera? La Biblia no hace referencia acerca de como se sentía ella. Sin embargo, seguramente Raquel estaría anhelando el día en que llegaría a formar pareja con Jacob, pues un hombre dispuesto a servir con tanta abnegación por amor de ella, valía la pena. La Biblia no menciona cómo reaccionó ella ante el terrible engaño que se le jugó a Jacob en la noche de su boda. Seguramente fue muy doloroso para ella. Cuando llegó el último día de los siete años de trabajo acordado al principio, siete años que Jacob había invertido para ganarse a Raquel. Comenzó la fiesta y por fin llegó la noche del enlace. La desposada era llevada al novio cubierta de un velo sobre la cara. Es de imaginar la reacción de Jacob cuando descubre que había sido víctima de un cruel complot y que la mujer con que está casándose no es su amada Raquel, sino su hermana mayor, Lea. Aquel día, Jacob empezó a cosechar en carne propia el triste fruto de la mentira y del engaño, pecados que él mismo había perpetrado contra su hermano y contra su padre. Podemos imaginarnos cómo Jacob regañaría con Labán, quien tuvo una fácil explicación para todo: “Era la costumbre no dar la menor antes que la mayor,” decía. Pero es evidente que Labán había aprovechado el gran amor de Jacob para engañarlo y conseguir de él otros siete años más de servicio. Además logró casar a su hija mayor, menos hermosa que la menor y para quien no parecía haber pretendiente.

En el mundo hay mucho engaño y fraude, hay incumplimiento y falta de seriedad. Así es entre los seres humanos, pero cuando tratamos con Dios, es todo lo contrario. Pablo escribió de “la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, QUE NO MIENTE, prometió desde antes del principio de los siglos (Tito 1:1-2). Así que podemos vivir confiados pues “Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20). –daj

(Continuará)

Lectura Diaria:
Éxodo 33:1-34:3 [leer]
/Salmos 83:1-84:12 [leer]
/Hechos 20:1-16 [leer]