“Oíd, pues, oh mujeres, palabra de Jehová, y vuestro oído reciba la palabra de su boca” Jeremías 9:20

La historia de Raquel comenzó con un encuentro casual con un hombre desconocido que venía huyendo de un hermano enojado. Jacob fue el hombre y él había viajado largos kilómetros para llegar a la tierra de su madre, donde pensaba trabajar y estar a salvo de su hermano que le quería matar. Jacob ofreció sacar agua para las ovejas que Raquel pastoreaba, ovejas que pertenecían a su padre Labán. Jacob se enamoró de Raquel a primera vista, sin saber que era su prima. Luego fue empleado por Labán con el ganado pero el salario no iba a ser de monedas, sino de una mujer pues quiso casarse con Raquel. Grande fue la sorpresa para Jacob la noche de la boda, pues al levantar el velo para mirar la cara de su recién adquirida esposa, halló que Labán le había entregada la hermana mayor, Lea. Tan profundo fue el amor de Jacob por Raquel, que se comprometió trabajar siete años más para recibirla como esposa suya. Ahí comenzaron los problemas entre Lea y Raquel, pues Lea dio seis hijos y una hija a Jacob y Raquel era estéril. Hubo clamor a Jehová y Raquel dio a luz a José, hijo predilecto de Jacob.

De común acuerdo, Jacob tomó a sus mujeres e hijos y todos abandonaron la casa y la tierra de Labán. Dios había instruido a Jacob a volver a su patria, a Canaán. Enterraron bajo una encina los ídolos que Raquel había robado de su padre, poniendo fin a un estorbo que éstos significaban para adorar y servir a Dios. Cuando partieron de Betel, Raquel estaba próxima a dar a luz, y antes de llegar a su destino, fue necesario hacer un alto en el camino. Cansada y adolorida como habría estado ella, no leemos de ninguna queja de su parte, pues anticipaba el cumplimiento de su más caro deseo, el nacimiento de un segundo hijo. Tuvo un parto muy difícil, pero llegó el momento en que la partera le dijo, “No tengas miedo, que has dado a luz otro varón.” Pero ella estaba a punto de morir, y en sus últimos suspiros llamó al niño Ben-oni. Este nombre significa “hijo de mi tristeza.” Sin embargo Jacob cambió el nombre pues le tenía un gran cariño, y le llamó Benjamín, “hijo de mi mano derecha”.

El triste fin de la vida de Raquel dejó a Jacob con una pena que nunca olvidó. Al final de su vida, hizo referencia al entierro de su amada esposa. Esto se produjo en la región de lo que ahora es Belén, y un monumento recordatorio de su sepultura aún puede verse hoy en día en las cercanías de esta ciudad. Raquel llegó a representar a Israel en sus horas de mayor tristeza, y por esto es nombrada también en otros libros de la Biblia como una figura de esta nación. Por ejemplo, cuando los niños de Belén, menores de dos años, fueron ejecutados por los soldados del malvado Herodes, quien procuraba matar a Jesús, leemos: “Raquel que llora a sus hijos” (Mateo 2:18). Raquel llegó a representar a todas las madres despojadas de sus pequeños. Pese a todas las tristezas de la vida y la persona de Raquel, quedaban de ella sus dos hijos, José y Benjamín. Llegaron a ser el consuelo de los años restantes de Jacob, más que los otros hijos. Cabe la pregunta al concluir estas meditaciones sobre Raquel, ¿Qué habría podido hacer Dios con la vida de esta bella mujer, si su hermosura interior hubiese sido tan atractiva como la exterior?  daj/MR

 

Lectura Diaria:
Éxodo 38:1-31 [leer]
/Salmos 90:1-91:16 [leer]
/Hechos 22-:22-23:11 [leer]