“Todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados… y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” Hebreos 5:1, 4

Otra cosa que aprendemos es que el sumo sacerdote debía ser nombrado por Dios y no por un hombre o una agrupación de personas. En el caso del Señor Jesús leemos que fue nombrado Sumo Sacerdote eternamente (“para siempre”) por el Padre, y asume después de su resurrección. (Salmo 2 y 110, Hechos 13:33). La responsabilidad principal del Sumo Sacerdote es el servicio sacrificial con relación al pecado. En el Antiguo Testamento, entendemos que un sacerdote no podía presentarse con las manos vacías, porque estaba designado precisamente “para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados”, como dice el texto. Debía presentar ofrendas (sin sangre) y sacrificios (con sangre que se derramada).

 

En la carta a los Hebreos la obra del sacerdocio de Cristo alcanza su principal expresión, porque en ella aparece la idea –totalmente nueva y que el Evangelio revela– de un Sumo Sacerdote que se sacrifica a sí mismo. La entrada de Aarón en contacto con Dios era una demostración de gracia infinita, porque estaba rodeado de debilidad y debía vestirse de lino blanco y ofrecer primero un sacrificio por sus propios pecados. Después entraba como representante del pueblo para esparcir la sangre de un animal, un macho cabrío para expiación. De los relatos del día de la expiación en Levítico 16 aprendemos que aún no se había manifestado un camino liberado hacia la presencia de Dios. El camino no estaba abierto para que el hombre se acercara en todo tiempo a la presencia divina: Dios estaba dentro, lejos del hombre; el hombre estaba fuera, lejos de Dios. También se ve que la sangre de animales sacrificados era insuficiente para acercar al hombre hacia Dios y aprendemos que era necesario un sacrificio de orden más elevado y de sangre más preciosa.

 

Aquí en este punto debemos contestarnos una pregunta: ¿me he acercado a Dios a través del único sacrificio acepto por Dios, a saber, el de la persona de Cristo? Cuando el Señor Jesús murió, el velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo, mostrando claramente que el camino hacia Dios estaba libre. El mismo Señor ya lo había dicho “Yo soy el camino… nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Reconociendo y confesando sus pecados, reciba a Cristo como su Salvador, nuestro verdadero y competente sacerdote y que fue también nuestra ofrenda, que derramó su sangre preciosa, el camino nuevo y vivo hacia el Padre. — RC0

Lectura Diaria:
Éxodo 32:1-35 [leer]
/Salmos 81:1-82:8 [leer]
/Hechos 19:21-41 [leer]