En este mandamiento Dios nos conmina a no reemplazarlo a Él por una representación de fabricación humana, cualquiera sea esta. Miremos el pasaje.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” Exodo 20:4

Este mandamiento nos confronta con la idolatría. Los seres humanos somos idólatras por naturaleza. El mismo apóstol Juan hubo de ser corregido por un ángel al cual quiso adorar: “Mira, no lo hagas… adora a Dios” (Apocalipsis 19:10). “No te harás” es una declaración mandatoria y concreta. Es que nos encanta hacernos cosas. Hacemos casas donde vivir, hacemos barcos, y hasta hacemos dioses en quienes confiar, que son de nuestra propia manufactura, a nuestro gusto y conveniencia. Dios tiene que ordenarnos que no nos construyamos cosas, porque somo adoradores por naturaleza y el alma humana hallará siempre qué adorar. Ya sea algo en un estante, en un altar, en el espejo, o en el cielo…

En Atenas había un altar para cada Dios (Hechos 17), y así somos capces de concebir y fabricar una muleta visual para que nos ayude cuando lo necesitamos, pero no tan invasivo como para que nos demande cosas inconvenientes. Un dios a nuestra manera de ser. El mandamiento, no obstante, prohíbe cualquier cosa que atraiga los ojos para seducir el alma. Es categórico, pues la idolatría en realidad es la negación del Dios que es único y que ha decidido que debemos confiar en él sin verle físicamente. Es por eso que pretender adorar a Dios por medio de una representación visual –un ídolo– es tan nefasto, tan equivocado, y tan contrario a la voluntad de Dios. El cómo adoramos  revela lo que creemos acerca de Dios. Nuestros himnarios hablan acerca de Él, lo que decimos en oración habla acerca de Él, lo que cantamos da cuenta de lo que creemos y pensamos acerca de Él, pero nuestra adoración muestra mejor que nada lo que realmente entendemos del Dios eterno y todopoderoso. Es por eso que, pretender adorar a Dios por medio de un ídolo es una adoración errada, pues implica un Dios equivocado en tanto el ídolo sustituye al Dios real.

Así, entendemos claramente que todo ídolo no sólo queda corto acerca de la realidad del Dios verdadero pues le es imposible representarlo cabalmente sino que miente acerca de Él. Nos muestra un dios que no es Dios, nos engaña dando testimonio de un dios que no existe. Finito, necesitado, imperfecto, inútil.

Que podamos reconocer al Dios verdadero cono la Biblia lo presenta, alto y sublime; misericordioso y clemente; santo y justo.

 

Al Mohler/rc

 

Lectura Diaria:
2 Cronicas 10-11 [leer]
/Ezequiel 34 [leer]
/Juan 13:1-30 [leer]