“A los que me diste, yo los guardé y ninguno de ellos se perdió” Juan 17:12

Muchas personas sinceras creen que la plena seguridad de la salvación es un deseo imposible de lograr. Incluso algunos piensan que un cristiano no debiera perseguirla y otros que hay que tratar de lograrla sólo en la medida de lo posible. Como vimos antes, Pedro llama a los creyentes a afirmar su llamado y elección (2 Pedro 1:1-10), a tener certeza de ello. En la oración del Señor Jesús registrada en Juan 17 (leer Juan 17:6-26) encontramos un aspecto muy importante. Jesús afirma que todo aquel que viene a Él le ha sido dado por el Padre, y ninguno de ellos se pierde (Juan 17:12). Esto es maravilloso, pero al mismo tiempo nos fuerza a preguntarnos si estamos en el número de aquellos que han sido dados al Hijo por el Padre, si somos de los “llamados” de Romanos 8:28.

El apóstol Pablo en Efesios 2 nos enseña que si hemos sido vivificados, entonces somos de los llamados. Esta regeneración es producida por el Espíritu Santo quien imparte vida en un alma antes perdida, y lleva a la conformidad con el carácter de Dios. El creyente verdadero, entonces, ha pasado de muerte a vida, no sigue la corriente del mundo, busca la voluntad de su Dios y llevar una vida santa. Afirma su fe examinando su vida si ésta se conforma a lo que Dios demanda, y halla la seguridad al considerar la suficiencia y profundidad del amor de Dios, y la persona gloriosa de Cristo (Romanos 8:38-39, 2 Timoteo 1:12). Por lo tanto, no hay lugar en el Nuevo Testamento para el “creyente carnal” o para el “creyente mundano”. Leemos “¿acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?” (Mateo 7:16).

Un creyente verdadero puede tener dudas acerca de su salvación. Podemos señalar que la verdad bíblica –y la experiencia también– confirma la mayoría de las veces que el individuo inquieto por agradar a Dios, que tiene dudas de su salvación pero que busca obedecerle, honrarle y llevar una vida santa, si en su vida está la experiencia de haber orado a Cristo por su salvación –incluso quizás más de una vez– es un creyente verdadero en el Señor Jesús. Esto no por su esfuerzo o perseverancia sino porque el Señor es fiel y honra su palabra – “Al que a mí viene no le echo fuera”, “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:37, 6:47). Hacemos énfasis en la necesidad fundamental de ejercer una fe “bíblica”, pues en la llamada cristiandad existe una visión distorsionada de Cristo, de Dios y de las cosas espirituales. Hacemos énfasis en el hecho de que Dios salva solamente a aquel que, reconociendo su condición de pecador perdido, cree en el Señor Jesucristo y le recibe como su salvador. Si no ha habido fe verdadera en Cristo, se puede orar incontables veces y no por eso el pecador será salvo.

Hemos visto algunos aspectos de la salvación, su certeza, la fe necesaria y la falsa seguridad de quienes confían en sí mismos. Invitamos al lector no creyente a mirar al Señor Jesús, el Cordero de Dios. Sustituto inocente y perfecto, dio su vida en la cruz por salvarle y recibió de Dios el juicio merecido por los pecados suyos. Él le ofrece salvación eterna. Crea en Él, recíbale con fe sencilla y sincera… y será salvo. rc

Lectura Diaria:
Levitico 21:1-24 [leer]
/Salmos 124:1-127:5 [leer]
/Marcos 7:24-8:10 [leer]