La mujer samaritana es representante del pecador abandonado. Muy significantes son las palabras de Juan 4:4 “Le era necesario pasar por Samaria”. El Salvador está deseoso de conversar a solas con una samaritana. Veamos su historia.

Jesús la espera junto al pozo, y nos acordamos de 2 Pedro 3:9 “El Señor es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca”.

Con pleno conocimiento de la sed de su alma, le pide agua a la mujer. Ella estaba desprevenida ante semejante solicitud. El orgullo de su corazón sale a la luz, como también la supuesta superioridad de su religión. No sabía quién le hablaba, y no podía ver más allá del pozo de su comarca. En paciente gracia, Jesús le hace ver que las fuentes de este mundo se agotan, pero que hay una fuente inagotable de vida eterna, y esa fuente es Él mismo.

Incapaz de responderle, la mujer se defiende con una verdad profética, pero lo hace de tal manera como para dar a entender que no confía en lo que Él está diciendo. “Ha de venir el Mesías … él … nos declarará todas las cosas”. Es precisamente el tipo de dificultad presentada en Nicodemo; a saber, un corazón ocupado de criterios religiosos pero de forma no más. “Instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad” (Romanos 2:20). Inconscientemente ella se deja expuesta a la espada penetrante del Espíritu, y le entra por donde menos esperaba. “Yo soy, el que habla contigo”. ¿Y ahora qué eran los cántaros y las fuentes de este mundo, ante la Fuente que ofrece el caudal celestial? Pozo olvidado, la mujer corre a decirles a otros de su gran descubrimiento. De veras, el agua de vida en ella estaba saltando a vida eterna.

Yo soy. Para esta pecadora antes abandonada, fueron las palabras que trajeron su salvación. Dichas más adelante en el 18:5, serían de convicción, a tal extremo que hombres armados caerían a tierra.

— de Tesoro Digital – ed RC

Lectura Diaria:
1 Reyes 12 [leer]
/Jeremías 21-22 [leer]
/Colosenses 1:1-20 [leer]