Un evento en el año 2001 que sacudió al mundo entero nos dejó un sentir de vulnerabilidad. La oración de un rey de antaño cobra vigencia en el mundo de hoy y todos debemos adoptar una actitud similar.

“Hazme saber, Jehová, mi fin, Y cuánta sea la medida de mis días; Sepa yo cuán frágil soy”. Salmo 39: 4.

Antes del fatídico 11 de Septiembre 2001, cualquier persona que visitaba Nueva York, quedaba impresionada por las dos enormes torres gemelas que se alzaban como poderosos símbolos del éxito humano. Eran impresionantes por su altura y solidez. Más de cien mil personas las visitaban diariamente entre los trabajadores y los turistas. Daban cierta sensación de seguridad y quienquiera se habría preguntado ¿qué de malo les puede pasar? Ya sabemos como una torre fue embestida a las 8:46 a.m. y la segunda a las 9.03 por dos aviones manejados por terroristas. A las 10.02 y 10.28 a.m. las torres colapsaron. Con esto, nuestro mundo cambió radicalmente.

¿Hay alguna lección en eso para nosotros? Hay personas que se creen fuertes y viven dando sus espaldas a Dios. Viven como si no necesitaran de Él. Saben que algún día van a morir, pero no se preocupan por lo que les pueda pasar. Mientras gozan de buena salud, y con cierta solidez económica, dan la impresión de ser imbatibles. Viven despreocupadas de la vida espiritual en el presente y no se preocupan de la eternidad. Algunas creen que no hay nada después de esta vida, y por eso viven sólo para el día de hoy. Los amigos que las ven se admiran de su manera de pasar la vida y al igual que pasaba con las torres, preguntan ¿qué de malo les pueda pasar? Ya sabemos que las poderosas torres, símbolo de poder y seguridad, quedaron reducidas a cenizas, convertidas en el sepulcro inesperado de miles de personas. Las poderosas torres resultaron ser muy frágiles.

Hace muchos años, un poderoso rey que había ganado batallas y conquistado reinos, escribió las palabras: “Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; Sepa yo cuán frágil soy” Salmo 39: 4. A pesar de ser tan poderoso, el rey pedía a Dios que le recordara que era un frágil ser humano, que un día tendría que morir y pasar a la eternidad. Debemos reconocer nosotros que somos muy frágiles. No solamente somos frágiles cuando se trata de la capacidad física, sino también somos incapaces de conseguir la vida eterna por medio de nuestros esfuerzos. Enfrentar el futuro sin Cristo es una locura. Depender de Él para la salvación es sabiduría, pues “Éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” Hebreos 7:24-25. Parecía imposible que las torres en Nueva York se cayeran, pero después de todo, fueron de fabricación humana. Solamente es permanente lo que Dios hace. Por eso, cuando nuestra fe está depositada en el Señor Jesucristo para ser salvos significa seguridad para siempre. Hagamos que la oración del salmista sea nuestra, “hazme saber, Jehová, mi fin,… Sepa yo cuán frágil soy”. Salmo 39: 4. –daj

Lectura Diaria:
2 Reyes 6:1-23 [leer]
/Jeremias 39-40 [leer]
/Hebreos 10:1-18 [leer]