Continuemos considerando acerca del nombre de Jehová, como nos lo revela la Escritura.

“¿Por qué preguntas por mi nombre, que es admirable?” Jueces 13:18

Los seres humanos profanamos el nombre de Dios a través de una actitud piadosa inapropiada. ¿Cómo así? Bueno, sólo escuchemos lo que decimos acerca de Dios: “Dios es mi copiloto”, y muchas frases como estas. ¿Algún cristiano cayendo en lo mismo? “Dios en nuestro amigo”, “Dios es mi confidente”… y un largo etcétera. Otros podrán serlo, pero no el Jehová de la Biblia. Él no proporciona terapia, no ofrece coaching, no acompaña sin preguntar. Más bien se revela a sí mismo, salva a su pueblo de sus pecados, reina sobre toda la tierra y no hay límites a su poder. Qué fácil para algunos decir “Dios me dijo”, “Dios me mostró”, “Dios me guió”. No nos confundamos, nuestro Dios sí dice, muestra y guía, pero por medio de su Palabra revelada. En realidad, manifestamos una forma encubierta de idolatría cuando sin una palabra revelada escritural, hablamos como si Dios nos hubiese hablado o dado una nueva revelación a nosotros. Osamos hablar donde Dios no ha hablado, de lo que Dios no ha hablado, en el contexto en que Dios no ha hablado.

También profanamos el nombre de Dios a través de la adoración superficial. En la Biblia aprendemos que Dios toma seriamente la adoración, baste leer acerca de Nadab y Abiú (Levítico 10:1-3). El Señor Jesucristo mismo reveló lo que Dios –y no sólo el Padre– requiere en adoración (Juan 4:23). ¿Cómo es la adoración que le agrada, que honra su nombre,  que honra su persona? Esta es centrada en la Palabra, regulada por los límites de la Palabra, escrituralmente establecida, enfocada en Cristo, trinitaria. La adoración bíblica no tiene espacio para la creatividad ni la entretención. De paso, podemos asegurar que toda adoración idolátrica es creativa y entretenida (ver 1 Reyes 18). En la congregación de los santos, ¿Es Dios nuestro huésped invitado en al adoración, o es el Dueño de la casa? Lo que adoramos, cantamos, oramos y predicamos es lo que genuinamente creemos. Debemos recordar que nuestra Biblia no muestra un estilo musical revelado sino un nombre revelado. Este debe ser adorado con la necesaria reverencia y dignidad asociada a ese Nombre. Entonces, vemos que hay peligro en ese nombre, peligro de tomarlo en vano, peligro de denigrarlo, peligro de sentirnos demasiado confidentes, demasiado amistosos, demasiado mal enfocados, peligro de fabricarnos un nuevo Dios, uno no escritural.

Dios no tendrá por inocente a quien tome su nombre en vano. El tercer mandamiento tiene todo que ver con nuestra adoración, con la disposición de nuestro corazón, con lo que sabemos y entendemos acerca del Dios vivo y verdadero. Esto se extiende a nuestro hogar, nuestro matrimonio, la crianza de nuestros hijos, la totalidad de nuestras vidas. Honrar su nombre es –tomando las palabras de Calvino– “No pensar ni decir nada concerniente a Dios y sus misterios, sin reverencia y mucha sobriedad, y -al considerar sus obras- no concebir nada sino lo que es honorable a Él”. En Colosenses 2:11 tenemos la promesa que ese Nombre será al fin conocido y considerado apropiadamente, cuando por fin todo estará en su lugar.   La adoración cristiana es, por tanto, un anticipo del cumplimiento de esa promesa. Que en este día del Señor podamos adorarle en espíritu y en verdad. Que podamos pensar y cantar en el corazón: “Vine a adorar a Dios, vine a adorar a Dios; Vine a adorar su Nombre, vine a adorar a Dios”.

Lectura Diaria:
2 Cronicas 30 [leer]
/Ezequiel 46 [leer]
/Juan 21 [leer]