De los padecimientos de Jesús conocemos –superficialmente tal vez– lo que los evangelios nos relatan, así como lo profetizado en el AT. No obstante, al meditar un poco más en ellos encontramos que tanto en su vida como en su muerte hay elementos que pasamos por alto.

“Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte” Mateo 26:38

Debemos admitir que conocemos muy poco acerca de los sufrimientos de Cristo. Sabemos que él fue llevado a la cruz después de haber sido azotado, golpeado y herido, y que después de padecer los dolores extremos de la crucifixión, entregó el espíritu y murió. El creyente, habiendo recibido a Cristo por la fe, sabe también por medio de la Escritura que el Hijo de Dios llevó “Él mismo” sus pecados en su cuerpo sobre el madero (1 Pedro 2:24). Sin embargo, esta descripción correcta acerca de los padecimientos de Cristo puede resultar demasiado concreta, al punto de que podemos pensar que entendemos los que Cristo sufrió y padeció en la cruz del Calvario.

Los sufrimientos de Jesús son mucho más profundos y oscuros. Ya antes de Getsemaní comienzan con turbación (Juan 12:27). Después de que el Señor Jesucristo había comido la Pascua en el aposento alto con sus discípulos, instituye la Cena del Señor con ellos. Judas ya había salido “y era ya de noche” (Juan 13:30). Entonces sale con los once discípulos restantes, pasa al otro lado del torrente de Cedrón al lado del Monte de los Olivos, hacia los árboles de olivos en el huerto de Getsemaní. Toma a Pedro, a Jacobo y a Juan quienes le acompañan un poco más adelante, pero Él quiere estar a solas, en la oscuridad de Getsemaní. Ya había anticipado lo que venía y su alma se había turbado. Ahora comienza “a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (Mateo 26:37). ¿Podemos comprender esto? Él comienza a experimentar el horror que significa para un ser santo, inocente y sin mancha (Hebreos 7:26), el llevar los pecados de los hombres. La expectativa cierta de lo que ha de ocurrir en la cruz unas horas más tarde cuando Jehová cargará en Él “el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6) le lleva a vivenciar lo que se siente antes de padecer la muerte, la agonía: “Y estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:44). Debemos recordar que todo esto le sucedió a Cristo antes de ser arrestado. Ninguna mano humana le ha tocado aún. ¡Qué sufrimiento tan intenso, tan poco entendido, tan incomprensible al entendimiento humano!

C.H. Spurgeon también nos dice: “Seguramente la agonía en Getsemaní era parte de la gran carga que ya estaba puesta sobre Él siendo Él el sustituto de su pueblo. Fue esto lo que aplastaba su espíritu al punto de la muerte. Él llevaría la carga completa de ello sobre la cruz, pero estoy convencido de que la pasión comenzó en Getsemaní”. El autor J. Gill comenta: “No fue el mero miedo de la muerte, ni alguna desazón mental sobre esto lo que le pasaba a nuestro Señor, sino que el sentido que Él tenía de los pecados de su pueblo, que le fueron imputados, y la maldición de la justa ley de Dios, la cual Él soportó, y –especialmente– la ira de Dios. Esto entró en su alma”. ¿Puede alguno pretender el tener comprensión acerca de la pasión, angustia y muerte del Salvador?

No nos acostumbremos a pensar teóricamente acerca de sus sufrimientos y su dolor. Todo esto tuvo como objetivo procurar la salvación de los perdidos, la salvación del lector, y se concreta en su muerte vicaria. Sólo podemos contemplarle con recogimiento y gratitud, y honrarle creyendo en Él. –rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 7:11-8:19 [leer]
/Job 9:1-10:22 [leer]
/Mateo 5:21-28 [leer]