En la Biblia se nos presenta un Dios que amó al hombre. Este no tenía mérito ni algo que pudiese llamar la atención de Dios, más bien una criatura arruinada por su desobediencia y pecado. Sin embargo, y felizmente, no hay razón humana para comprender este amor pues el hombre claramente no lo merece. Este amor no tiene su origen en el hombre, siempre calculador, autorreferente, egoísta. En realidad el amor no tiene su origen en esta tierra.

“El amor es de Dios” 1 Juan 4:7

Más aun, el hombre es capaz de amar de verdad cuando ha sido beneficiario del amor de Dios. Somos capaces de amar porque él nos amó primero (1 Juan 4:19).

El amor, entonces, es conocido del hombre al contemplar y considerar la muerte de Jesucristo a favor de “nosotros”. Pero este no es un amor que fuera digitado a distancia por un Dios bueno pero lejano e impersonal. La carta a los Hebreos nos lo presenta muy claramente, muy cercano. Dice el texto: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hebreos 2:9).

Luego en el versículo siguiente habla de que Jesús tuvo que ser afligido para llevar “muchos hijos a la gloria” y darles “la salvación” (Hebreos 2:10) y en el versículo siguiente refiere algo extraordinario: aquellos salvados por los cuales Jesús tuvo que ser afligido han sido santificados. Por lo tanto, él puede y no se avergüenza de llamarlos hermanos (Hebreos 2:11). Dice que, a los creyentes, no se avergüenza de llamarnos hermanos (Salmo 22:22). ¿De quién somos llamados hermanos? De uno que nos amó hasta la muerte y dio su vida para salvarnos. ¿Pertenece usted a este grupo? rc

Lectura Diaria:
2 Reyes 1 [leer]
/Jeremías 34 [leer]
/Hebreos 5:11-6:20 [leer]