Hay historias de misioneros que han servido al Señor. Cuando las leemos, nos emocionan. El problema es que pocas llegan a ser contadas.  Un poco antes que la “cortina de bambú” descendiera en la frontera de la China que en aquel entonces dejó aislado el país del resto del mundo, tuvo lugar un incidente que Roberto Pierce relató en forma escrita a sus amigos conocidos. Lo intituló, “Una historia que jamás olvidaré”. La transcribimos para que apreciemos que Dios tiene a sus siervos en muchas partes y algunos sufren a pesar de su gran dedicación.

 

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” Romanos 8:18.

 

“Era tarde cuando llegué al aeropuerto de Shanghai, procedente de Formosa. Tomé un taxi hasta la sede de la Misión Cristiana del Interior de la China. Allá, me tenían preparada una pieza. Habiendo llegado tarde, nadie estaba en pie. Una sola ampolleta con luz débil iluminaba la entrada. Fue suficiente para que yo leyera el recado dejado para mí. Me avisó que unas visitas habían llegado y todos tenían que compartir su habitación con otra persona. Así que, la segunda cama en mi pieza estaría ocupada. De puntillas subí a mi pieza y efectivamente había una persona en el otro catre. Para no despertarle, me preparé a acostarme sin luz. Me acosté y empecé a repasar los eventos del día. Mientras hacía esto me di cuenta que el ocupante en la otra cama lloraba. Puse oído pues pensaba que yo estaba soñando, pero cuando el llorar continuó por casi veinte minutos, me convencí que era verdad. La persona se había tapado la cara, pero sollozaba de tal modo que estremecía la cama.”

 

“Me levanté y poniendo mi mano en el hombro del individuo, le dije: ‘amigo, aunque no nos conozcamos… porqué no me cuenta su pena. Comparte conmigo tu problema. La Biblia dice que debemos sobrellevar “los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo’ (Gálatas 6:2).  Me dijo que era misionero y su cara revelaba que vivía una gran tragedia. Yo le dije, ‘los misioneros llevan cargas que otras personas ni saben que existen’. ‘¿Por qué no me cuentas la causa del quebrantamiento de tu corazón?’ Una mirada de alivio cruzó su rostro, y empezó a contar su historia. Unos veintiuno años atrás, el hombre había dejado su patria junto a su esposa para venir a la China como misioneros. Su compañera era una linda mujer y muy consagrada al Señor Jesús. Por su gran amor a su Salvador, los dos querían servir en la China. Pidieron a los directores de la misión que fuesen asignados a un sector difícil adonde nadie se atrevía a ir. Sus deseos fueron respetados y fueron enviados para trabajar entre los tibetanos. El lugar estaba tan retirado que demoraron cuatro meses en llegar a su campo de trabajo. Cada tres años volvían a la costa para someterse a un control médico y hacer compras.

 

Mientras me contaba la historia, yo mismo sentía algo de la soledad y la privación de un lugar tan remoto. Ellos no veían a ninguna cara conocida ni oían una palabra en su lengua madre, el inglés. Le dije ‘por cierto uno puede desanimarse, mi amigo. La vida misionera suya no ha sido fácil’. El hombre me dijo, ‘no nos llamó tanto la atención eso, supimos que iba a ser difícil. Trabajamos siete años sin ver el primer convertido. Pusimos mucho empeño en aprender el idioma de la gente y darles a conocer el amor de Dios. Pero ellos rehusaron darnos la confianza para poder hablarles de la salvación y el gozo de conocer a Cristo Jesús en forma personal. Fue en el séptimo año que la llegada de nuestra hija nos trajo alegría. También trajo gloria para Cristo. Y ahora después de algunos años, enfrentamos una gran tristeza…” . –Dr. Roberto Pierce/Tr. DAJ

(continúa)

Lectura Diaria:
Josué 2 [leer]
/Oseas 10-11:11 [leer]
/Lucas 20:1-19 [leer]