No todos los siervos de Dios tienen un buen pasar y algunos luchan para poder presentar el evangelio a un mundo necesitado. Algunos se hallan en ambientes difíciles y cuesta ganar la confianza de las personas a quienes quieren predicar el evangelio. Así pasó a un joven que fue a servir en el Tíbet muchos años atrás. Con su señora habían testificado durante siete años sin ver fruto para sus labores. La llegada de una hija cambió todo y trajo gloria a Dios, aunque también experimentaron tristeza.

 

Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” 2 Corintios 4:17-18

 

Dr. Bob Pierce llegó tarde a una sede misionera en Shanghai, China. Por la llegada inesperada de otras personas, tuvo que compartir su pieza con un hombre que le era desconocido. Ya que el varón en la otra cama lloraba desconsoladamente, Pierce consiguió que le contara la causa de su pena  y escribió: “el hombre aprendió el idioma pero hallaron que los tibetanos rehusaron darle la confianza para poder hablarles de la salvación y el gozo de conocer a Cristo Jesús en forma personal. Después de siete años sin ver fruto por sus labores, la llegada de una hija cambió todo. El hombre quedó un poco más compuesto después de haber llorado tanto. Dijo: ‘la llegada de nuestra hija nos trajo alegría. También trajo gloria para Cristo. Nuestra hija crecía y mientras gateaba frente a la casa, los tibetanos venían para observarla. Sonreían con ella y le mostraban cariño como no lo habían hecho con nosotros. Cuando empezó a hablar, hablaba como los niños tibetanos. Nosotros le enseñamos versos de la Biblia cuando era todavía chica. También cantábamos coros y ella se los enseñaba a los niños. Antes nuestros ojos, ocurría un milagro. A través de la hija, la puerta para presentar el evangelio se abría. El primer convertido fue el resultado directo de nuestra hija. Ahora hay ocho convertidos’ ”. Los ojos del misionero reflejaba su gozo y profunda alegría.

 

Pierce continuó su relato, “secretamente pensé que este hombre tiene que ser precioso a los ojos de Dios. ¡Veintiún años invertidos en un lugar tan remoto para ganar a ocho almas para Cristo! Hubo un momento de silencio. El hombre estaba pensando y se puso muy serio pero continuó: ‘Mientras yo estoy aquí, mi señora y mi hija, que ahora tiene catorce años, navegan por el río hacia al mar, hacía América.’ Yo le dije: ‘y si van ellos, ¿por qué no les acompaña? Si es problema de dinero, yo mismo conozco a personas y a iglesias que con mil amores darían un donativo para que puedas volar dentro de pocos días a Nueva York. ¡Qué sorpresa sería para ellas! Veintiún años sin una vacación es demasiado largo. Deje que otra persona le reemplace. Le animaba pero él resistía. ‘¿Y los ocho convertidos?’ Me dijo, ‘¿Qué les pasará a los ocho, viviendo solos en un ambiente pagano, impuro y malvado?. Necesitan que alguien les guíe ahora. Si otro fuera, pasaría años en aprender solamente el idioma. No, muchas gracias, pero tengo que volver. Mañana en la mañana me voy de nuevo.’”

 

“La explicación que dio en seguida me hizo entender mucho. ‘Por más de un año, ha habido una parte del brazo de mi hija que se quedaba adormecida. La trajimos a Shanghai y un doctor cristiano le examinó. Le dolió mucho a él decirme cuánto nuestra labor entre los tibetanos nos había costado. Fue el precio que tuvimos que pagar para ganar a las almas para Cristo. Señor Pierce, no ha sido la privación o la aflicción de tantos años que me ha quebrantado el corazón. Es el peligro que corren los seres queridos cuando están expuestos a los elementos de un ambiente extraño. La hija que recibimos como regalo y que nos trajo alegría ha contraído LA LEPRA. Este ha sido el precio por obedecer a Dios.’”

 

Pierce agregó, “no pude conciliar el sueño aquella noche pensando en el sacrificio de mi hermano en la otra cama. A la mañana siguiente me despedí de él y me hice la observación, ‘es el amor de Dios que obra en el corazón de los pocos quienes dan mucho, mientras el egoísmo obra en el corazón de los muchos que dan poco. El Señor Jesús dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame’ (Mateo 16:24)” Así concluyó el relato. No hay nada más que agregar. –Dr. Roberto Pierce/Tr. DAJ

Lectura Diaria:
Josué 3 [leer]
/Oseas 11:12-14:9 [leer]
/Lucas 20:20-21:4 [leer]