Tres discípulos fueron privilegiados por el Señor Jesús y le acompañaron al monte. Tuvieron un maravilloso privilegio que desafortunadamente no supieron aprovechar al máximo. Pero la enseñanza ha quedado para instruirnos a nosotros.
“Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos.” Marcos 9:3.

Jesús dijo una vez a sus discípulos que “hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder” Marcos 1:9. Su dicho parece haber tenido relación con lo que Jesús hizo con tres discípulos llamados Pedro, Jacobo y Juan. Él “los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos” v.2. Estos tres no se imaginaban el privilegio que les iba a tocar. Hay momentos especiales en la vida de los seguidores de Jesús cuando nos lleva a conocer experiencias especiales que dejan una huella imborrable en nuestra mente. Así pasó con estos y varios años después de su visita al monte, Juan y Pedro se refirieron a ella cuando escribieron sus cartas para animar a los creyentes en Cristo de su día. También sirve a nosotros en el día de hoy.

Una vez llegados a la cumbre del monte, los vestidos de Jesús “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” v.3, Prontamente dos visitas del cielo llegaron, vistas de otras épocas bien conocidas en la historia del pueblo de Israel. Elías con Moisés aparecieron y “hablaban con Jesús” v.4. Sabemos que el tema conversado fue la partida de Jesús que iba “a cumplir en Jerusalén” Lucas 9:31. Nos hace ver que la muerte de Jesús en Jerusalén fue un evento conocido por estos dos representantes de épocas anteriores y tema conocido en el cielo mismo. Desafortunadamente un comentario por Pedro puso fin a la visita pues todavía no entendía a Jesús como Soberano y mayor que Moisés y Elías. Lo que hace el relato interesante es como los tres evangelistas, Mateo, Marcos, y Lucas lo describieron. Ninguno de los tres escritores estaba presentes, así que, el Espíritu Santo les guió a destacar ciertos detalles en cada relato.

Mateo habló de su rostro y de sus vestidos: “y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” Mateo 17:2. Lucas dijo que “la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” Lucas 9:29. Marcos se fijó en sus vestidos que “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve” Marcos 9:3. Los vestidos en las Escrituras hablan del carácter de la persona. Jesús, cual Siervo de Jehová es incomparable en su carácter. La gloria desplegada por Él es intrínseca, es decir, le pertenece y procede de Él mismo. Jesucristo es glorioso, digno de ser adorado. La gloria de Jesús vino de dentro de Él. No vino como una iluminación del cielo para ser reflejada como por ejemplo la luna refleja la luz del sol. Su gloria es de Él. Es incomparable como dice el texto de cabecera, “ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”. El mundo no tiene nada que agregar a la gloria de nuestro Señor. Nada hay igual. Es imposible explicar su grandeza usando términos humanos. Juan el apóstol hizo referencia a lo que él vio: “y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” Juan 1:14. No hay forma de medir su gloria, pues es una hermosura imposible de cuantificar. ¿Qué efecto debe tener sobre nosotros? Debe ponernos de rodillas para adorar y alabarle por su amor que trajo del cielo a la tierra para ser nuestro Salvador. Aunque fue muerto, resucitó y le agradecemos de todo corazón. En verdad Cristo es incomparable. –daj

Lectura Diaria:
Deuteronomio 13-14:21 [leer]
/Cantares 3:6-5:1 [leer]
/Lucas 10:1-24 [leer]