Referente a la historia del hijo pródigo, estudiantes bíblicos se han preguntado acaso alguna vez en su carrera recibiera consejos de cómo conducir su vida. Parece que vivió su vida como muchos jóvenes, sin pensar en el “pago del pecado”. Menos mal que supo recapacitar.

 

Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Lucas 15:17.

 

Los desbordes en la vida del hijo pródigo le llevaron a lamentar su necedad. Hizo bien en comparar la situación de los que estaban en la casa del padre con su propia deplorable situación. “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Lucas 15:17. No pudo poner marcha atrás para volver a su punto de partida. El camino que escogió para solucionar el problema de su angustia le devolvió la posibilidad de recomenzar. Las palabras bíblicas son gráficas y escuetas, “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” v.20.

 

El padre no dijo nada al hijo cuando llegó, sino que, dirigiéndose con palabras clarísimas al siervo, le instruyó a sacar el mejor vestido para ponérselo. Puso un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Mataron el becerro gordo y celebraron la vuelta del hijo, pues como dijera el padre, “este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” v.24. No era posible volver atrás para rectificar rumbo pero fue posible recomenzar. No esperaba el perdón que le diera su padre, pero así es Dios. El evangelio destaca que Él ha allanado el camino hacia un nuevo horizonte donde brilla el sol de la sonrisa suya. El hijo pródigo salió de debajo de la nube depresiva de su situación que se había formado con la acumulación de errores y pecados. Salió el sol cuando el Padre plantó un beso en la mejilla de la cara demacrada. El padre así aseguró al viajero arrepentido que venía confesando su pecado que pudo recomenzar, ahora bajo el alero de la casa paternal.

 

No hay lugar más acogedor, más hospitalario, más reconfortante en todo el mundo, que la casa del Padre. Hasta ahí volvió el hijo pródigo y hasta ahí tenemos que volver cada uno para recibir el perdón de Dios a través de la sangre derramada de Cristo. Si pudiéramos haber estado cerca del hijo pródigo mientras disfrutaba de toda la bondad del padre, ¿le habríamos escuchado decir? “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida. Y en la casa de Jehová moraré por largos días.” Salmo 23:6. –daj

Lectura Diaria:
Josué 22 [leer]
/Isaías 15-16 [leer]
/2 Tesalonicenses 1 [leer]