“Jesús les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” Juan 2:19

El Señor Jesús ha desplegado su celo y ha purificado el templo de los mercaderes y cambistas en Jerusalén (Juan 2). Al ver esto, los judíos, entre impresionados y curiosos le preguntan: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?”. Jesús les responde con las palabras del texto del encabezado: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Ellos, en su ceguera espiritual, piensan que en su respuesta Jesús habla del templo de Herodes que era un edificio imponente que dominaba la ciudad y que el rey había construido en Jerusalén para congraciarse con los judíos que le consideraban un gobernante ilegítimo. Sin embargo, el Señor hablaba de su cuerpo que era el verdadero templo donde moraba Dios. Como el Hijo de Dios, él podía decir de su cuerpo que era verdaderamente la morada del Dios eterno. En realidad, por la pecaminosidad del pueblo judío Dios ya había abandonado el templo de ellos y más tarde este edificio sería destruido por el ejército romano en el año 70. Es que el hombre siempre quiere circunscribir a Dios a los límites de su propia naturaleza y acercarse a Dios a su manera.

¿Dónde se puede encontrar a Dios? ¿En un templo, una mezquita, una catedral? Cuando el hombre introduce sus ideas propias a los temas espirituales sólo se equivoca penosamente.  A lo largo de la historia y en distintas partes del mundo tenemos imponentes construcciones destinadas supuestamente a servir de lugar para encontrarse con el creador, pero la verdad anunciada por el Señor Jesucristo en ese pasaje, así como todo el nuevo testamento nos enseña es que el hombre ya no necesita de edificios especiales para encontrarse con Dios. Frente a la mujer samaritana el Señor revela esta gran verdad: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:21,23-24). Consideremos atentamente estas palabras. Jesús deja claro que no se necesitan ayudas visuales para adorar a Dios, ni tampoco un lugar específico, así como tampoco son necesarios edificios suntuosos ni arreglos particulares para adorarle. El apóstol Pablo lo dice claramente: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17:24). Más bien, de acuerdo a la enseñanza de la escritura, el templo del Dios vivo y verdadero en la actualidad son los cuerpos de los creyentes, salvados de sus pecados por gracia y unidos a su Señor: “Jesús le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. (Juan 14:23). El Dios eterno mora en el creyente. ¿Busca el lector un lugar especial para encontrarse con Dios? Debe convertirse al Señor Jesús, recibiéndole como su salvador personal y el Dios eterno hará morada con él.

Muchos religiosos se jactan de sus magníficos templos, vitrales y adornos de gran valor, pero a ellos advierte el Señor que están equivocados. El apóstol Pablo escribe a los creyentes: ”Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está EN vosotros, el cual tenéis de Dios” (1 Corintios 6:19). Este es El verdadero cristianismo. El que en verdad es cristiano es aquel que conoce a Cristo, Cristo le ha salvado y el Espíritu de Cristo mora en él. Un hombre podía tener muchos conocimientos en su mente, pero… “si no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Luego la marca que distingue un verdadero cristiano es que el Espíritu de Dios mora en él, en el que ha nacido de nuevo. ¿Es el lector un verdadero cristiano? rc

 

Lectura Diaria:
Josué 16-17 [leer]
/Isaías 11-12 [leer]
/1 Tesalonicenses 2:13-3:13[leer]