“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. Éste es el testimonio de Juan” Juan 1:18-19

En la meditación de ayer veíamos algunas declaraciones importantes respecto del Señor Jesucristo, de su eterna existencia, y a la vez del hecho que él decidiera entrar en el tiempo viniendo a este mundo, al que trajo luz y vida eterna. Avanzando en el capítulo 1 de Juan, nos encontramos rápidamente con Juan, llamado “el bautista”. Juan había sido enviado como el precursor para preparar al pueblo judío para la llegada de Jesús. Es interesante pues el mensaje de Juan concita la atención y curiosidad de los judíos quienes van a él con algunas preguntas. De sus respuestas podemos percibir claramente lo que Juan decía de Jesús y lo que él decía de sí mismo. Es que la felicidad o desdicha eternas del ser humano dependen de estas dos cosas.

Tristemente, la mayoría de las personas tienen pensamientos muy vagos e incompletos respecto de Cristo y muy altos respecto de sí mismos. Por eso, “cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?” el respondió claramente, “Yo no soy el Cristo”, “Yo no soy Elías”, “Yo no soy el profeta” (v. 19-21). A continuación le preguntan: “¿Pues quién eres?…  ¿qué dices de ti mismo?” (v. 22). Juan, lejos de tener pretensiones respecto de su persona, demostraba humildad, sabiendo quién era y para qué estaba en el mundo. ¿Se ha hecho el lector estas dos preguntas? ¿Quién es usted?, y ¿qué dice de sí mismo? Muchas personas tendrán muchas respuestas para estas preguntas: yo soy una buena persona – por ejemplo- o tal vez “yo me considero una persona honrada”, o “yo creo que soy mejor que muchos de mis conocidos”, etc., pero ¿qué nos dice Dios al respecto? No nos equivoquemos, en la carta a los Romanos, capítulo 3, en palabras de aplicación universal de Dios, leemos que “todos están bajo pecado”, “no hay justo, ni aun uno”, “no hay quien entienda”, “No hay quien busque a Dios”, “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles”, “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”, “porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto es lo que somos por naturaleza, esclavos del pecado, ovejas descarriadas  del Buen Pastor, seres faltos de entendimiento e inutilizados por la enfermedad que brotando de nuestros corazones se ha extendido a todos los aspectos de nuestra vida, somos rebeldes, y estamos privados de la gloria de Dios.

No por poco atrayente, esta verdad deja de ser verdad y la Biblia nos llama a ser objetivos en la impresión que tenemos de nosotros mismos: “porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14). Juan tenía un concepto adecuado de sí mismo, sabiendo lo que era y sabiendo lo que no era. Podía decir de sí mismo que era sólo una voz de alguien que regía en su vida (v. 23), que él se debía al Hijo de Dios, el salvador del mundo y que su vida se articulaba en relación a Dios y al Señor Jesucristo. El publicano dijo yo soy un pecador” (Lucas 18:13), Pablo el apóstol dijo “yo soy el primero de los pecadores” (1 Timoteo 1:15). Todos ellos conocían muy bien qué eran a la luz de la palabra de Dios. Juan además tenía un concepto alto y correcto de la persona de Jesucristo. El insistió en la preexistencia del Hijo de Dios “él es antes de mí” (v. 15), “Él es el Señor” (v. 23) y más adelante dirá: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (v. 29). Le preguntamos… ¿Qué dice usted de sí mismo? ¿Qué dice del Señor Jesucristo? ¿Ha habido un momento en el cual ha reconocido su condición delante del Dios eterno y santo, y ha recibido el perdón que él ofrece por la muerte de Cristo, su hijo, en la cruz? Si Jesús no es más que hombre, no puede ser el Salvador. Gracias a Dios, en Jesús encontramos al todopoderoso, mas lleno de compasión para con los pecadores que se acercan a él. Recíbale y usted tendrá la vida eterna. rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 33:18-34:31 [leer]
/Salmos 4:1-6:10 [leer]
/Mateo 19:1-15 [leer]