Una de las situaciones más difíciles que tiene que enfrentar el ser humano y saber cuándo debe hablar o cuándo debe guardar silencio. Jesús es el ejemplo del hombre perfecto que supo controlar su lengua. 

“Yo dije: Atenderé a mis caminos, Para no pecar con mi lengua; Guardaré mi boca con freno, En tanto que el impío esté delante de mí. Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno”  Salmo 39:1-2

El salmista explica por qué había guardado silencio. Tenía temor de hablar algo equivocado. Hay otras razones porque nosotros guardamos silencio. Por ejemplo, es por ignorancia como cuando no sabemos qué opinión debemos ofrecer en una conversación. Otras veces es porque tememos las consecuencias. Si decimos algo, el otro podría responder con un comentario cáustico o darnos un reproche. Por temor a eso, guardamos silencio. A veces es por indecisión, es decir, entre las variadas respuestas, no sabemos cuál sería la adecuada. Pensamos, ¿qué puedo decir yo? Y esto paraliza la lengua. Así estamos silentes cuando quizás debiéramos decir algo. Hay casos en que alguien guarda silencio cuando la situación requiere una contribución. Si uno está indiferente en cuanto a la situación de otros, puede ser que peque con guardar silencio en vez de hablar.

El Señor Jesús guardó silencio en diferentes oportunidades. Sin embargo, nunca fue por las razones ya sugeridas. Siempre sabía qué decir y hablaba sin temor y con fidelidad. Nunca guardó silencio cuando había que comunicar algo bueno. No hubo nunca el pecado de la omisión en cuanto al Señor Jesús. Nuestro Señor tuvo unas palabras adecuadas para el bienestar espiritual de los oyentes. Delante sus acusadores, o frente a Pilato o Herodes, no fue un silencio de debilidad ni por falta de conocimiento. El sabía todo. Fue un silencio majestuoso, un silencio de parte del Hombre Perfecto que supo controlar su lengua. De nosotros Santiago escribió: “todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” Santiago 3:2. Jesús nunca ofendió pues sabía cuando debe hablar y cuando debe mantenerse en silencio. Sabía perfectamente que había un “tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7).

¿Acaso el Señor Jesús habló alguna vez una palabra vacía de contenido? ¿Tuvo que retractarse de sus dichos? Antes bien, todas las palabras expresadas por el Señor Jesús fueron perfectas en su entrega, su contenido, y móvil y según la necesidad del que escuchaba. Cuando Jairo recibió la noticia nefasta que su hija había muerto, Jesús dijo: “no temas; cree solamente, y será salva” (Lucas 8:50). En este momento Jesús atendía a una mujer que le había tocado recibiendo una sanidad inmediata para su problema de doce años. A ella, Jesús dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (v.48). Jesús poseía toda sabiduría y siempre tuvo las palabras exactas para cada situación. Uno de sus dichos que suministra paz a nuestra alma es aquel que dijera en la cruz, “Consumado es” (Juan 19:30). Indica que todo el sufrimiento para efectuar nuestra salvación quedó terminado. El “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). No hemos de guardar silencio acerca de eso sino agradecer a Dios por el don de la salvación y testificar a otros de ello. Amén. –Dr. A.J.Higgins/daj

Lectura Diaria:
1 Samuel 6:1-17 [leer]
/Isaías 48:1-22 [leer]
/2 Corintios 9:1-15 [leer]