“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17)

En los primeros versículos de Mateo 5 el Señor Jesús ha expresado los requisitos que deben expresar los súbditos del reino de Dios. Estos son exigibles a todos los justos de la historia, tanto del antiguo como del nuevo testamento. Las enseñanzas de Jesús parecen tan radicalmente opuestas a lo que la gente de su tiempo escuchaba de los escribas y los fariseos, que se preguntan si acaso esta es una ley distinta, nueva, que invalida la anterior. Sin embargo, el Hijo de Dios, conociendo los pensamientos de la gente, procede a dejar en claro que no se trata de una nueva ley sino más bien a la explicación real del significado que la ley de Dios quería expresar. Claramente les dice que él no ha venido a abrogar las enseñanzas del antiguo testamento sino a cumplirlas completamente.

¿De qué ley está hablando Jesús? De la ley moral, eterna e inmutable. Esta ley representa un claro contraste con nuestra forma de vida natural, sin ley, sin consistencia, sin parámetros permanentes. Podremos decir que la ley moral es la voluntad revelada de Dios con respecto a la conducta humana, aplicable a todos los hombres en todas la edades. Es parte de “las cosas invisibles de él” que “se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1:20). Es un estándar fijo, universal e inalterable. No es una escala adaptable a circunstancias ni al conocimiento o desconocimiento de los individuos. El pecado es falta de conformidad a la ley moral de Dios, por acción y omisión: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El hombre gusta de vivir sin tener que dar cuenta a nadie, pero la ley de Dios nos obliga. Esta ley de Dios fue promulgada en el Sinaí (Éxodo 20 en adelante); es perfecta (Salmo 19:7);  es perpetua (Mateo 5:17-18); es santa (Romanos 7:12); es buena y espiritual (Romanos 7:14); es sobremanera amplia (Salmo 119:96). Si bien nos iguala y une a todos, los creyentes no estamos bajo ella por la obra de Cristo (Gálatas 3:17). Es conocida o está ”escrita en los corazones” (Romanos 1:18-2:6, 2:11-16).

¿Aprecia el lector la ley de Dios? No ha sido rebajada jamás por él, nos muestra nuestra deficiencia y nos lleva a mirar las perfecciones del que dijo que había venido para cumplirla cabalmente, su hijo Jesús. En el mundo actual existe una evidente falta de respeto por la ley, un relativismo que es consecuencia de la falta de un absoluto, un valor trascendente más allá de la razón. El Señor Jesús no vino a rebajar el estándar, sino a ponerlo en su máximo nivel: recordemos solamente las bienaventuranzas. El estándar es alto, la palabra de Dios es autoritativa, final, absoluta. Nuestra respuesta ha de ser la obediencia con corazón dispuesto y dócil. Al valorarla de esa manera podemos participar también de sus bendiciones pues “la ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19:7). Esa ley nos modela a la imagen de Dios, nos rectifica el camino y nos señala a su autor. Confíe el lector en quien cumplió esa ley para nuestra salvación. Reciba al Señor como su salvador personal y aprecie de verdad las maravillas de la ley de Dios. rc

 

Lectura Diaria:
Génesis 38:1-30 [leer]
/Salmos 15:1-16:11 [leer]
/Mateo 21:33-22:14 [leer]