En la cruz convergen el amor de Dios, la justicia de Dios, el pecado del hombre y la vergüenza de una muerte afrentosa. Veamos más acerca de esto.

“Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” Colosenses 1:20

Tenía que ser una muerte dolorosa. Si bien ninguno de sus dolores físicos participa ni añade en el perdón de nuestros pecados, el pecado se asocia con dolor físico y el llevó nuestros dolores (Isaías 53:4). Él llevó no sólo nuestros dolores físicos sino los del alma y los de la culpa, de toda la humanidad.

Tenía que ser una muerte pública, para dar testimonio a toda la creación de su obra redentora y salvadora (Hechos 26:26). Toda la creación es testigo de su muerte vicaria y toda la creación en consecuencia le reconocerá (Filipenses 2:10).

Tenía que ser una muerte cruenta, porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22), porque la tierra tenía que teñirse con la sangre del Hijo de Dios como prueba incontestable de su muerte, como el timbre sobre el documento oficial. Como prueba de que él –cual cordero de Dios– llevó el pecado del mundo (Juan 1:29).

Tenía que ser una muerte deshonrosa, pues eso es lo que nosotros merecíamos y si él llevó nuestros pecados en su cuerpo (1 Pedro 2:24), tenía que llevar también sus vergüenzas, nuestra vergüenza.

¿Eran tres horas suficientes para pagar por los pecados de todo el mundo, y para librar de una eternidad en el infierno a todos los creyentes?

Debemos entender que el grado de sufrimiento, indignidad, acusaciones, degradación y maltrato que Jesús sufrió no está determinado simplemente por las tres horas de la cruz, durante las cuales hubo tinieblas y durante las cuales entendemos que Dios el Padre castigó al pecado en su Hijo Jesucristo, durante las cuales el Hijo llevó nuestros pecados (1 Pedro 2:24), así como tampoco está determinado por el inmenso dolor físico al cual fue sometido siendo clavado de pies y manos.

Su sufrimiento y despojo está determinado por la tremenda distancia que existe entre la gloria que él tenía con el Padre en el cielo, y la ignominia, infamia y deshonor que sufrió suspendido –literalmente colgando–en la cruz siendo quién era, el mismo Hijo de Dios. Esa distancia es la medida que nos provee la dimensión o la profundidad que necesitábamos en su sufrimiento para cubrir una eternidad en el infierno y para cubrir los pecados de millones de seres humanos. El punto es que cometemos una gran afrenta a Dios no sólo según cuántos pecados cometemos o cuán malos son, sino por cuán grande él es. Por lo tanto, nuestros pecados son infinitamente grandes porque son contra una persona infinita y merecen un castigo infinito. Cristo, siendo una persona infinita se hizo tan bajo, se humilló tanto, descendió tanto, que ese descenso en sufrimiento y en indignidad fue tan grande que -al morir en la cruz- es suficiente para cubrir los pecados de millones, y para cubrir la entera extensión de la eternidad que merecíamos pasar en el infierno. Por eso él puede “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25).

Por eso él es un gran salvador, ninguno como él. ¿Es Jesucristo su salvador? ¿Llevó él sus pecados en la cruz?–rc

Lectura Diaria:
1 Cronicas 15 [leer]
/Ezequiel 16:1-34 [leer]
/Juan 5:34-47 [leer]