“Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” Santiago 2:23

Génesis 22 es un pasaje muy interesante, aunque muchas veces insuficientemente comprendido. Desde el principio la escritura nos deja claro el propósito de todo lo que ha de acontecer: es una prueba (“probó Dios a Abraham” (v. 1)). Dios le dice a Abraham que salga de la tierra donde habita y vaya a un lugar que le ha de mostrar (“uno de los montes que yo te diré”). Claro, hay una instrucción muy particular involucrada: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto” (v.2). Sin embargo, como veremos, las palabras de Dios no son nuevas para Abraham. Muchos años antes, Dios le había dicho algo parecido: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela… a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1). Es evidente el mismo patrón en ambas circunstancias, pero la primera vez que Dios llama a Abraham a salir confiando sólo en él, le hace una promesa múltiple: “haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (v. 2-3).

Abraham sale confiando en una promesa, y después de una vida y experiencia a lo largo de todos los años que habían pasado desde ese llamado en Ur de los caldeos, puede dar fe que Dios había guardado sus promesas, y que le ha bendecido aún sin que él supiera el cómo ni hacia dónde le llevaba. Ahora, años después, al volver a llamarle para salir a un lugar que aún le va a mostrar está involucrado Isaac, el hijo de la promesa. Sin duda que Abraham en su mente debe haber hecho la conexión con las promesas del Génesis 12 (“haré de ti una gran nación”), pero… ¿puede acaso Dios pedirle algo opuesto a lo que él mismo había prometido? Abraham puede pensar que en Ur ha dejado su pasado en pro del llamado de Dios y de sus promesas. Ahora Dios le pide que también “deje” su futuro, pues todo lo que Abraham va a ser está ligado a este hijo, a Isaac. ¿Cómo es posible? Parte de la respuesta la encontramos en la historia de Ismael.

Como Abraham y Sara no tenía hijos (Génesis 16:1), pensaron que un hijo biológico de él con su sierva Agar funcionaría como hijo de la promesa, pero las cosas no se dieron como ellos esperaban. Es que no basta con que algo sea la voluntad de Dios para que tomemos el asunto en nuestras manos tratando de acelerar o mover las cosas según nuestros intereses. Agar tiene un hijo a quien Dios mismo llama Ismael (Génesis 16:11). Este hijo es sin duda amado por Abraham, pero Dios tenía otros planes. Dios había asegurado que ellos tendrían un hijo propio (Génesis 17:19) y cuando eso sucede Ismael se burla de su hermano menor. Esto resulta inaceptable para Sara quien dice a Abraham: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo. Este dicho pareció grave en gran manera a Abraham a causa de su hijo” (Génesis 21:10-11). Echar a Agar e Ismael significa su muerte segura en el desierto, pero Dios interviene: “Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia. Y también del hijo de la sierva haré una nación, porque es tu descendiente” (Génesis 21:13). Dios también había dicho a Agar que haría de Ismael una gran nación (Génesis 16:10, 17:20). Así, Abraham puede despacharles al desierto con confianza, al cuidado de Dios y confiando en las promesas de Dios. No sabe tal vez cómo Dios preservará la vida de ése hijo también amado, pero Dios lo ha dicho y Abraham cree a Dios. Tanto así que “Entonces Abraham se levantó muy de mañana, y tomó pan, y un odre de agua, y lo dio a Agar, poniéndolo sobre su hombro, y le entregó el muchacho, y la despidió” (Génesis 21:14). La historia continúa con Dios salvando milagrosamente a madre e hijo: “No temas Agar; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está… porque yo haré de él una gran nación… Y Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto” (Génesis 21:17, 18, 20).

Entonces, Ismael ha sido un test de fe. Abraham ha aprendido que todo lo que tiene que hacer es confiar y obedecer. De alguna manera Dios arreglará el asunto pues sus promesas están de por medio. ¡Qué fe la de este hombre! ¿Confía el lector en la palabra de Dios y en sus promesas? Tenemos esta promesa: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). También éstas: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Invitamos al lector a confiar en el Señor Jesucristo como su salvador personal mientras aún hay tiempo, mientras aún él es el salvador. rc

Lectura Diaria:
Levitico 16:1-29 [leer]
/Salmos 119:113-144 [leer]
/Marcos 6:1-29 [leer]